Sustentada en el enfoque finalista, la psicología analítica aborda las enfermedades psíquicas y en particular la neurosis, de forma optimista. La concibe como un intento de la psique de curación ante un estilo de vida inadecuado. Para Jung, todas las neurosis están caracterizadas por la presencia de conflictos que involucran complejos que provocan regresiones y descensos energéticos. La causa suele ser una deficiente adaptación interna o externa que lleva a la persona a una regresión a etapas y puntos existenciales más seguros y en donde fue feliz. Un puñado de semanas atrás vi la película “El padre, 2020” de Florian Zeller y en la escena final el personaje del padre, interpretado por Anthony Hopkins, internado en un geriátrico totalmente deteriorado psíquicamente, llora llamando a su madre para que lo vaya a buscar en una poca caprichosa regresión a la infancia. Otro ejemplo que se observa cada día más en el consultorio es la arqueología de la agenda desvencijada del recién separado. Agenda repleta de nombres de posibilidades descartadas en su momento y obviamente derrotadas por el tiempo. El mecanismo de la regresión es una de las defensas más utilizadas por el ser humano durante el proceso de individuación, cuando lo consciente debe enfrentarse a algo que le resulta sencillamente intolerable, y ante la presencia de la angustia y la falla de la represión, la regresión es siempre de fiar.
Lo neurótico representa contradicciones interiores que no han sido resueltas, es una lucha entre partes separadas de la personalidad. El conflicto neurótico se da entre dos tendencias, una de ellas consciente y la otra inconsciente que se encuentran en estado de contraposición. Esto resulta en una interrupción en el proceso de individuación dentro del contexto evolutivo. El sujeto, aunque determinado por experiencias anteriores, siempre es alterado por el conflicto actual. Esta tensión emocional entre los opuestos impide el fluir progrediente de la energía aniquilando la enantiodromía y la integración del Si-Mismo, produciendo una regresión de esa energía, hasta un complejo. Hecho que paraliza al sujeto en el devenir de su proceso de individuación. Es decir, el proceso de individuación se produce durante toda la existencia a través de una energía progrediente que impulsa el camino hacia adelante, cuando algo obstruye ese camino impidiendo el fluir de la energía, se estanca y seguidamente comienza un proceso regrediente hasta el inconsciente personal conformando un complejo. Complejo que atraerá todo tipo de asociaciones que lo harán cada vez más influyente con la potencialidad de convertirse en el centro de la vida anímica. Paradojalmente, Jung plantea que este movimiento neurótico tiene el valor de un intento de sanación por parte del enfermo y funciona como compensación de actitudes unilaterales frente a la propia existencia. Pensemos en Scarlett O'Hara el personaje protagónico de “Lo que el viento se llevó, 1939” y ese regreso a la tierra roja de Tara en búsqueda de la fuerza perdida que según ella solo puede recuperar en la casa de su infancia. Jung describió a los complejos como productos de la experiencia, es decir, comienzan a formarse desde el mismo momento del nacimiento por interacciones sociales, patrones familiares, condicionamientos culturales y agregándole las situaciones límite. Todo ello se combina con lo innato, las imágenes arquetípicas, conformándose así la totalidad del complejo que se ubica en el inconsciente personal. Los complejos son lo conflictivo y lo no asimilado, donde se mantiene el obstáculo, pero no solo de los cúmulos de situaciones contrarias y penosas, sino que son un punto de partida para el progreso espiritual. No es el lugar de la derrota, sino donde se comenzará a gestar la victoria. Y es al complejo donde se intentará llegar en la terapia a partir del símbolo que se erige como mediador a través del discurso del paciente y la utilización del método de la amplificación. El fin es simple, tender puentes sobre aguas turbulentas para que ese símbolo que irremediablemente aparecerá, sea mediador de la tensión contradictoria entre lo racional y lo irracional y que termine funcionando como síntesis entre los opuestos. Con el alumbramiento del símbolo como mediador, la regresión se convierte en progresión y la energía vuelve a fluir. Los opuestos complementarios vuelven a unirse como dos caras de la misma moneda.
La Zorra considera que las uvas no están maduras tras varios intentos fallidos de alcanzarlas en la parra. Una formación reactiva es un mecanismo defensivo en el cual un comportamiento marcha en dirección opuesta al deseo reprimido. ¿Se olvida la zorra de las uvas al marcharse? Es una pregunta que por lo sintético del género y en particular de Esopo es imposible de responder. Lo cierto es que el amor y el odio son opuestos complementarios, dos caras de la misma moneda y no podría existir uno sin el otro más allá de los intentos de los poetas cursis de describir el amor como algo cristalino y puro. Lo que se ama también se odia, son opuestos complementarios en el que uno se define por lo otro, el bien define al mal, lo alto define a lo bajo, lo lejano a lo cercano y la belleza define a la fealdad, lo contrario, lo que aparece por fuera de la moneda, es la indiferencia. En ciertos momentos de toda relación amorosa de pareja uno de los opuestos puede gobernar la psique anulando al otro, en un comienzo el amor es un tsunami que todo lo avasalla, luego los opuestos se unen y es común observar que tras una ruptura, el amor es transformado en odio. Un odio que va menguando con el tiempo hasta desvanecerse en indiferencia. Mientras el odio se manifieste actualizado, significa que el amor no ha desaparecido. El individuo superará la enantiodromía cuando los opuestos vuelvan a unirse y esa es la única forma de dar fin a la neurosis. ¿Era el amor embriagador del comienzo una enfermedad? Es un estado anímico neurótico imposible de ser sostenido en un tiempo detenido. Los mejores momentos de “Friends” (1994-2004) se producen cuando los seis personajes están juntos dentro de una misma habitación, pero en algún momento de la serie deben salir. El tiempo no puede detenerse. Pero hay otro punto a tratar. La zorra no se conforma con la inversión del contenido de amor por odio, sino que necesita justificar su decisión creando una historia sobre las uvas. Una historia que ella misma necesita creerse. Las uvas que antes parecían deliciosas ahora están malas, y se marcha repitiendo el discurso a quien quiera escucharlo, porque ese discurso la ayuda a soportar la angustia frente al fracaso y ante una decisión que no llega a asimilar del todo. Ese mismo discurso es el que sostiene la neurosis.
Aparte de este tipo de neurosis clínicamente identificable, Jung encontró que muchas de las enfermedades psíquicas se producían a causa de un deterioro o una falta en hallar un sentido para la vida y correspondían en su mayoría a personas en la mitad de la vida. El individuo en la mitad de la vida se replantea, necesariamente, su pasado y su futuro. En ese momento surge un conflicto entre los opuestos complementarios y el resultado lo llevará a una realización en la vida o en la enfermedad. Pero la enfermedad también ayuda a tomar decisiones con respecto a su futuro, existiendo la posibilidad de desarrollar un crecimiento personal que lo lleve a un estado de realización mayor al que tenía antes de la aparición de la neurosis. Jung hablaba de una neurosis que indefectiblemente vuelve a instalarse constantemente en el psiquismo, en la neurosis de la mitad de la vida creía que no había que regresar al pasado en el tratamiento, sino que era posible trabajarlo desde los sucesos inmediatos, que eran en definitiva los que actualizaban la neurosis.