Plétora para una elevación teomorfa del ser humano


          La profundidad de análisis e interpretación al que puede llegar un ser humano, dependerá de lo heredado genéticamente, de las experiencias vividas y de la sumatoria de la literatura que lea, de las películas que mire, de la música que escuche, y del buen arte plástico que lo salpique. Veo a diario en la internet, bibliotecas enormes repletas de libros a los que Jesse escondería dentro de una revista. Para explicarlo más didácticamente y con una analogía apta para el público que lee esto, música es desde L-Gante, Lali Espósito, Bizarrap y Daddy Yankee, hasta Charly García y Frank Sinatra, pasando por Bob Dylan, Joan Manuel Serrat y Ravel. Pero, aunque Joaquín Sabina, Luis Alberto Spinetta, The Beatles, Elvis Presley y Pink Floyd juntos, no llegan a tener en Youtube el 15% de los seguidores que tiene Bad Bunny, no son lo mismo, ni siquiera son parecidos. Y es maravilloso que así sea ¿Esto es nuevo? No. A la cultura, históricamente, la tuvieron pocos. Hasta la invención de la imprenta solo la tenía la iglesia, el pueblo era entretenido por juglares que bailaban, cantaban, les contaban chistes y hacían apología de la superación personal contando leyendas y mitos de héroes. ¿Algo cambió? Sí, a la iglesia se le borró el ombligo y Dios creo un representante actualizado que se llama Internet, donde millones de fieles, que nunca leyeron la Biblia, se la pasan repitiendo "Dios te bendiga". ¿El problema es que antes el poder lo tenían las personas cultas y ahora, manejan los países un manojo de incultos? Es verdad. Es una pena que voten personas que nunca miraron una película de Roberto Rossellini ni leyeron a Tolstoi escribiendo sobre la belleza. Por ahí, en Argentina, la solución sería la abolición de la ley Sáenz Peña. Aunque los reyes, salvo excepciones como Arturo (que no existió), rozaban la imbecilidad. Antes, como hoy, los que leen a Chaucer son muy pocos, pero, por una serie de extraños y certeros alegorismos, en 200 años, otros muy pocos, van a seguir escuchando a Mozart, viendo las películas de Truffaut y leyendo a Chaucer, y, con seguridad, nadie va a tener la menor idea de quiénes fueron ni L-Gante ni Stephenie Meyer (la escritora de la saga de los vampiros). A finales de 1700, Europa se maravillaba escuchando a un tipo llamado Salieri, mientras que Mozart, moría en la más absurda pobreza. 200 años más tarde, en 1984, nos enteramos quién había sido Salieri gracias a la película, dirigida por Milos Forman y ganadora del premio Oscar, sobre la vida de Mozart.
      Esto no significa que uno no pueda divertirse en una fiesta bailando, alocadamente, al frenético ritmo de la música de Karol G. o que no pueda mirar una de persecuciones de autos por las calles de San Francisco o que sea prohibitivo leer un pedorro libro de Dan Brown. El problema es sí, aún fuera de la fiesta, se sigue escuchando a Karol G. y no se tiene la menor idea de quién fue Jacques Brel. Por lo tanto, si uno terminó de leer la obra completa (por cuarta vez) de Tennessee Williams y quiere no pensar mientras está sentado en el inodoro, entonces, puede leer, olvidando la moral, que sería algo así como la culpa antes de la concreción del hecho, cualquier libro de Isabel Allende.

Problemas de parejas

 


No desearás a la mujer del prójimo, dijo. Años después, y habiendo tantas mujeres solteras, dejó embarazada a la de José. Como consecuencia, José la abandonó y estuvo a punto de pedir la ruptura del compromiso, que, como efecto dominó, llevaría a María a ser públicamente lapidada por adúltera [Mateo 1.19]. Dios, ante lo inevitable y predecible, envió a un ángel que, en sueños, manipuló a José para que se haga cargo del niño [Mateo 1:20, 21]. José era un buen tipo. ¿Qué habrá sido de la vida de José? ¿Es el Dios Jehová, además de asesino, (por lo del diluvio, lo de Sodoma, lo de Gomorra, lo de matar niños y mujeres y echar sal a la tierra de los Amalecitas luego de invadir su ciudad [Samuel 15:2-3], entre otras cosas que nos cuenta en su autobiografía) un abusador sexual? Sabemos que parte de sus representantes en la tierra, pertenecientes a la iglesia católica, lo son, pero, ¿él también lo es? ¿Tuvo María la posibilidad de negarse a ser infiel al carpintero y a quedar embarazada de Dios, o fue abuso de poder? ¿Consintió la relación con el déspota y lascivo Espíritu de Dios?

 

 “El ángel le dijo: —No tengas miedo, María, porque Dios está contento contigo. ¡Escúchame! Quedarás embarazada y tendrás un hijo a quien le pondrás por nombre Jesús. Entonces María le dijo al ángel: — ¿Cómo puede suceder esto? Nunca he estado con ningún hombre. El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso al niño santo que va a nacer se le llamará Hijo de Dios.” [Lucas 1:26-50]

 

Como psicólogo, ante la demanda de un/a paciente que llega a la consulta como extraído de "New York Movie, 1939" de Edward Hopper a trabajar la separación con su pareja, intento, en primera instancia y con todos mis recursos, recomponer la relación. En eso soy una especie de Susanita de Quino. Para mí, lo único no negociable es la violencia. La violencia es el límite. Considero que todo lo otro es trabajable. Siempre se puede volver a empezar, dicen los pedorros cartelitos de superación que pululan inundando la internet. Sí, se puede volver a empezar, y dentro de la misma pareja. El paraíso está en el principio, de eso hablan todas las religiones, volver atrás y recomponer los errores no se le está permitido a los protagonistas de la literatura de ciencia ficción, pero sí a la psicología de la realidad. Se deberá analizar cuáles fueron las fallas que doblegaron la tierra generando el terremoto. Se puede hacer el intento de una regresión hasta los puntos de bienestar. Reestructurarse. Cambiar para que no cambie nada. Volver a entrelazarse los dedos para huir de la lluvia. Aprender a tener un vínculo sano. Pero a veces, solo a veces, me planteo si esto es verdaderamente asequible o es simplemente otro cuento del mundo de las hadas —malinterpretado— para poder dormir sin tantas culpas, para poder despertar sin tanta angustia.


Foto: Serge Gainsbourg y Jane Birkin, calles de París, 1969, Ad

Un caso exitoso y una teoría (inconclusa) para superar duelos patológicos en el amor romántico

 


Haciendo la oblicua genuflexión de las católicas apresuradas, Laura E. delineó en su pecho la señal de la cruz mientras se derramaba en el sillón preguntándome cuándo lo iba a olvidar con una expresión en el rostro que denotaba la sincera creencia de que yo tenía la respuesta. Ante lo desconcertante y aplastante de mi inhabitual silencio, continuó planteándome –planteándose- que cuanto más duraría el calvario de recordarlo todo el tiempo, de lo agónico que resulta que él sea la vara con la que mida todas sus relaciones, de lo frustrante que es verlo en todas partes como en la canción de Silvio Rodríguez. Ella sollozaba desplegando las por demás plegadas carilinas y yo hipotetizaba en voz alta aduciendo que seguramente todo termine cuando deje de tener diálogos imaginarios con él.

 

Estudio sobre el duelo romántico

 

El duelo que no pudo ser ritualizado es de alta complejidad y tiene grandes probabilidades de tornar hacia lo interminable. Desaparecidos en guerras, en dictaduras, en catástrofes y en un largo etcétera de supuestos cadáveres nunca abrazados por sus seres queridos. Una pálida sensación de esperanza que nunca se quita, ese acostumbrarse a mirar por sobre el hombro, el creer reconocer su rostro entre una multitud, el sostener hipótesis que en un principio ayudan a vivir y terminan evolucionando en cinismo “quizá ha perdido la memoria, quizá haya comenzado otra vida porque no nos recuerda, pero tal vez algún día un detalle nimio precipite la memoria y vuelva (a tocar la puerta de casa)”. Se me antoja denominar a este mecanismo “la esperanza de los Crusoe”.

En un mundo sin tiempo para Penélopes, el duelo romántico se transita en un lapso no mayor a un año, más allá de ese tiempo se considera patológico o duelo complicado, que es del que específicamente me ocupo en este trabajo.

El amor que deja de ser correspondido es uno de los dolores psíquicos más intensos que el ser humano pueda llegar a sufrir: tristeza infinita, llanto, dolores corporales producto de las somatizaciones de la angustia, ansiedad por un futuro incierto y no elegido, etc. de ahí la antigua maldición de tres palabras pronunciada en China desde antes de la dinastía Ming y adoptada por los pueblos árabes como propia “Ojalá te enamores”. No cabe duda que el amor nace del renunciamiento de la inteligencia a razonar lo concreto. Aunque da la impresión que la inteligencia en un acto lúcido lo provoca, es en realidad en ese mismo acto donde se contradice, lo niega y necesita del pensamiento mágico para sostenerse y estructurarse “estaré con vos toda la vida, estaremos juntos noventa y nueve años”.  Almafuerte sentencia que es mejor no haber tenido nunca que haber tenido y haber perdido, y eso parece sensato e intentar refutar semejante lógica resulta absurdo.

El duelo romántico -el que históricamente le ha dado sentido a la literatura, especialmente a la poesía, y decantó en cómplice perfecto de la industria musical- al cronificarse se asemeja a los no ritualizados, con la agravante que el sujeto, en este caso abandónico, es tangible, lo podemos encontrar sentado en la mesa contigua del bar que frecuentamos o cruzárnoslo a la salida del cine y estos hechos resultan tan desestabilizadores psíquicamente que mantienen la esperanza de que quizá, algún día, se dé cuenta de que éramos su mejor opción y decida volver (a tocar la puerta de casa). 

  Albert Camus en “El mito de Sísifo, 1942” propone el concepto de “minar” relacionado con el pensamiento y el suicidio y es aplicable a lo complicado de atravesar ese campo minado cuando una relación romántica termina y todavía se está enamorado, porque uno se encuentra no en el comienzo del campo donde todavía existe la opción de retroceder o de caminar hacia otro lado, sino que se está justo en medio de un campo minado de canciones, lugares, libros, películas, situaciones, escenas que indefectiblemente se tratan de esquivar para que no “explote” la angustia producida por el recuerdo de ya no estar, de ya no ser. Nos convertimos en fugitivos y la vida se sintetiza en una carrera existencial en zigzag entre minas, negaciones y saltos de fe.

En la actualidad, esta cronificación es alentada con la suspicacia de la serpiente tentando a Eva por las redes sociales, haciendo que la permanencia del “otro” esté a un clic del desasosiego de la curiosidad.

 

Siempre nos quedará París…

 

El problema se resume en: No se logró ritualizar la pérdida  por lo tanto el proceso es interminable.

            Convertirnos en proyecto como ideal para terminar el duelo

¿Qué es eso de convertirnos en proyecto? Tener la certeza que no somos el pasado porque eso ya pasó ni el futuro porque todavía no lo vivimos, sino que somos (lo plantea Sartre) un proyecto. El proceso de individuación que venimos desarrollando no nos sirve porque produce angustia e irremediablemente hay que realizar un cambio. El proyecto de vida no puede ser despertarse y dormirse escuchando “Se me olvidó otra vez, 1974” de Juan Gabriel en versión de Natalia Jiménez, por lo contrario, nosotros pasaremos a ser el proyecto de nuestra vida. El cambio debe ser tan profundo y categórico que nos convierta en otra persona. Se debe crear un mundo nuevo, sumergirnos y bucear hasta lo más profundo, quedarnos sin oxígeno, sentir que los pulmones amenazan con desintegrarse y recién ahí emerger para respirar aire y analizar donde estamos. Las computadoras bien saben de eso, cuando funcionan realmente mal esperan ser formateadas y comienzan de cero otra vez. Es urgente crear un mundo donde aquella persona que nos abandonó ya no tenga existencia.

La idea es cambiar y matar (simbólicamente) para poder ritualizar a quien ha dejado de amarnos. Ha muerto (muerte nietzscheana), la persona que amamos ya no existe, se quedó en el mundo del -Yo-del pasado. Si un hecho de sincronicidad produce el encuentro a la salida de un cine, estar absolutamente convencidos de que quien tenemos enfrente ya no es la persona que alguna vez amamos. No es una serendepity de un universo complotativo ni siquiera una fatalidad. Aquella persona que amamos ya no existe, la tenemos en una foto en el bolsillo de la billetera, en el estante de la biblioteca tenemos el adorno que nos regaló una primavera como recuerdo de que alguien alguna vez nos amó y nosotros también amamos. Incluso esa persona que acabamos de cruzarnos nos cae mal, porque su forma de hablar, sus gestos, su manera de vestir y de peinarse no tiene nada que ver con lo que somos ahora, con lo que es nuestro proyecto de vida. Y ni siquiera vale replantearse como es posible que nuestro Yo del pasado haya estado enamorado de alguien tan diferente a lo que necesitamos para ser felices, porque ese “Tú” murió y aquel “Yo” ya no existe. Ritualizar no es olvidar, no es matarnos a nosotros también, por lo contrario, es aprender a vivir con la pérdida, el mundo sigue adelante, nosotros también seguimos adelante pero creando un mundo nuevo como se hace con las mudanzas (1). Recordar lo bueno de esa relación es importante porque de no recordarlo borraríamos parte de nuestra vida y eso significaría que no habríamos vivido (ya lo experimentó Jim Carrey en “Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004” de Michel Gondry y el resultado fue desastroso).

La idea a razonar es la siguiente: hemos cambiado tanto que quiénes somos ahora nunca amó ni fue amado por aquella persona por la cual sufrimos. Ya no tiene ningún sentido sostener un sufrimiento por alguien que ya no es (el “Tú” íntegro y el “Yo” del pasado).

En esto de continuar viviendo, cambiar, proyectar, renovarse y evolucionar, también desaparecen algunos amigos y compañeros (según teorías donde el duelo amoroso dura una eternidad, hay que apoyarse en los amigos, yo digo que hay que deshacerse de los amigos innecesarios y que tenían más que ver con el sujeto abandónico que con nosotros, ya que tampoco podrían vivir en el nuevo mundo que hemos creado y que de por sí traerá compañeros y amigos). Si los dos quedan estancados en el mismo lugar haciendo lo mismo que antes, hay ínfimas posibilidades de que vuelvan a ser pareja y que se reproduzca el mito del eterno retorno volviendo a sufrir lo anteriormente sufrido (casos como Elizabeth Taylor y Richard Burton que se casaron y divorciaron dos veces (1964-1974 y 1975-1976)) y la razón es que siguieron siendo los mismos y estando en los mismos lugares. El presente sin un acontecimiento es simplemente una extensión del pasado.

Esto de reinventarse no es cosa novedosa ni tampoco lo es que un hombre o una mujer sean amados por varias personas en el transcurso de su vida y, sin embargo, cada uno de esos amantes amen a alguien diferente y no me refiero al arquetipo junguiano de la “máscara”, sino a que han ido cambiando tanto en su proceso de individuación que cada vez que alguien los amó románticamente amó a una persona diferente.

 

Caso Laura E.

(Sobre la base de la psicología breve estratégica)

 

Laura vive en una ciudad pequeña y está predestinada a hacer lo mismo cada hora de cada día hasta que en veinticinco años la jubilación la alcance. En Laura no hay margen para cambios profundos ni para mudanzas y empezar otra vez no cambiaría nada si es a dos calles de distancia. Relata que hace quince meses F. la dejó por otra mujer, desde aquel instante no duerme bien y piensa en él todo el tiempo, tiene ataques de llanto, dolor en el pecho, palpitaciones en diversas y aleatorias partes del cuerpo, incluso cree tener alucinaciones con F., ya que imagina verlo en los lugares más insólitos y a veces, frente a algunas situaciones a resolver, se descubre entre diálogos imaginarios con él. Esta situación la limita en el trabajo y en cualquier potencial relación (es una mujer de llamativa y voluptuosa belleza que recibe continuas propuestas de hombres invitándola a salir) pero vive haciendo slalom dentro de un campo minado. Es muy difícil habitar un espacio, uno en general habita espacios sin habitarlos, esto da como resultado que a medida que trascurre el tiempo cada vez sea más difícil habitar las relaciones porque se habitan con representaciones previas y las nuevas están en constante deliberación con las antiguas porque no se corresponden con las representaciones que conforman nuestra estructura, Laura sistemáticamente considera que ninguno de los nuevos pretendientes está a la altura de F. por lo tanto jamás llega a la tercera cita con ninguno de ellos.

 

Entra a mi consulta dispuesta a llegar a las últimas consecuencias con tal de cambiar y poder vivir sin F.. En los últimos quince meses ha asistido a terapia con otros dos psicólogos, pero al no sentir avances abandonó a las pocas sesiones. Indago sobre las técnicas con las cuales han intentado solucionar el problema y que obviamente no han dado resultado para no volver a cometer los mismos errores y esencialmente para no perder tiempo, luego de relatarlas dice con gesto enjuto “Necesito superarlo si o si”.

 Hace un exhaustivo repaso de las obligaciones y disfrutes diarios, hablar sobre eso ensanchaba su existencia y llegamos a la conclusión que el horario de las 21 hs lo tenía disponible los siete días de la semana, entonces, amparándome en su irrefrenable voluntad de cura, le prescribo dos tareas complementarias y obligatorias.

La primera de las tareas: cada día a las 21 hs exactas debe ubicarse en algún lugar de su casa que le resulte tranquilo y relajante, encender el reproductor de música en lo posible con canciones románticas repletas de clichés depresores, debe programar la alarma del reloj (celular) para que suene a los 45 minutos y durante todo ese tiempo tiene que pensar en F. y nada más que en F., puede sentarse, acostarse, pararse, caminar, saltar, puede llorar, gritar, patalear, blasfemar, insultar, reírse, mirar fotos o videos de él y de ellos juntos. Cuando hayan transcurrido los 45 minutos de la tarea y suene la alarma, va al baño, se lava la cara y continúa haciendo su vida normal. Tarea: todos los días a las 21 hs. pensar en F. durante 45 minutos recordando todo lo bueno, todo lo malo y todo lo que ya no es ni será junto a él.

 La segunda tarea, que como dije antes es complementaria y además anticipatoria, fue la siguiente: en cualquier momento del día en el que aparezca un pensamiento intrusivo que incluya a F. se lo -niega manualmente- diciéndose a sí misma “esto lo voy a pensar entre las 21 y las 21.45 hs”, como apoyatura en esta segunda tarea, debe llevar en la cartera una pequeña libretita (se la doy) y en ella deberá anotar todos los pensamientos pospuestos. Llegada la hora de la primera tarea, desplegará la libretita y será el punto de partida de los 45 minutos siguientes.

 

Laura se retira de la consulta sonriente y esperanzada comprendiendo perfectamente el sentido de las tareas. Las semanas próximas volvería a verme para supervisar el progreso. Para la sexta sesión ha logrado reestructurar su mente para que la idea fija “F.” se moviera directamente al horario pautado, es decir, lo hacía automáticamente a medida que escribía en la libretita, y casi todos los síntomas somáticos habían desaparecido como por arte de terapia. Para la sesión once, Laura expresa que ya no tiene pensamientos con F. durante el día y que se encuentra cansada de la rutina puesto que ya no tiene mucho que pensar y que se queda esperando a que suene la alarma porque no se le ocurre casi nada, intenta pero no puede concentrarse en F. (la libretita que funciona como una extensión del terapeuta y como se preveía se transformó con el transcurso de las semanas en un accesorio anti ansiolítico en la cartera, estaba en blanco desde hacía varios días). La felicito por el logro pero le digo que todavía queda trabajo por hacer aunque reduzco el tiempo de la tarea a 30 minutos diarios. En la sesión catorce, la tarea se reduce a 15 minutos y para la sesión diecisiete Laura ya no tenía ganas ni de oír el nombre de F. y estaba saliendo con P. (un muchacho unos años menor que había conocido en el gimnasio). Los síntomas somáticos habían desaparecido por completo y en su discurso expresa literalmente que cuando se levanta a la mañana comienza a sentirse mal sabiendo que a las 21 hs tiene que pensar en F., que durante el día ya no se acuerda de él y que quiere utilizar el tiempo de las 21 hs. para otra cosa, ya que le resulta complicado seguir dándole excusas a su nuevo compañero de por qué nunca está disponible a esa hora. Como testamento determinante de la cura acotó con una sonriente complicidad, mientras que sin apuro marcaba en el pecho la señal de la cruz, que los diálogos imaginarios con F. habían desaparecido.

 

La terapia se dio por terminada porque la paradoja funcionó a la perfección. La cura fue el mismo síntoma, tal cual es la cura para la mordida de la serpiente su mismo veneno.



Pintura Without Even Looking’ de Nigel Van Wieck

1) Boveri, Juan Sebastián, "Escritos sobre la trascendencia y las mudanzas"

 https://sobrepsicologiaanalitica.blogspot.com/2021/12/escritos-sobre-la-trascendencia-y-las.html


El camino no elegido de Robert Frost (28.04.22)

    Uno de los temas recurrentes en mis sesiones son las elecciones, la irrefrenable ilusión de elegir como núcleo del Ser libre. Los análisis siempre decantan en la postura de Sartre y todo el existencialismo francés en tanto la imposibilidad de no elegir, puesto que no elegir también es una forma de elegir (frente al monstruo se puede huir, paralizarse o enfrentarlo, paralizarse y no hacer nada es una elección que se hace con tanto miedo como el que huye o el que se arroja al cuello del monstruo) y sobre la angustia existencial que va a decantar en el transcurso de la vida por haber elegido A y no B o C. Curiosamente la angustia se produce por lo que no se eligió, por lo que se dejó de lado. Generalmente en la crisis de la mediana edad, el ser humano se va a replantear si la elección tomada fue la acertada y que hubiese sido de su vida de haber elegido B, en cambio de A. El cine norteamericano ha trabajado el tema desde 1946 con “Qué bello es vivir” de Frank Capra y sistemáticamente, cada tanto, generalmente en las navidades, aparece un ángel guardián que le da un pantallazo a algún protagonista angustiado y desprevenido de como hubiese sido su vida de haber elegido el otro camino. ¡Qué simple sería la existencia con un Dios y su ejército de ángeles! En la vida real no hay pantallazos de ángeles guardianes, pero si la brillantez de Frost que aporta la solución perfecta para elegir el camino correcto.



De malestares, superhéroes y cambios de puntos de vista

 



    A través del mismo medio con el cual se contactó para la consulta, el paciente dio conformidad, luego de la lectura del extracto, para su publicación. Considerando que la sesión se produjo en el marco de una ciudad pequeña “quizá” se cambiaron nombres de personas y lugares de trabajo, como también se suprimieron líneas de diálogo de índole personal donde el paciente pudiera ser identificado.


Mariano F. 34 años.

Extracto de una intervención con superhéroes en una única sesión

    Llega a consulta con paso cansino y aspecto desalineado, zapatillas negras con soquetes, pantalón de jean negro sin cinturón y una remera negra con la estampa del Batman de Christopher Nolan de pie con el batimovil a su espalda cubriendo íntegramente la superficie del pecho. El cabello negro azabache cae por debajo de los hombros en forma de coleta amarrado con una fina cintilla también negra que por gracia del fondo resulta casi imperceptible. Su rostro enjuto y con mueca angustiada está tapizado de una barba mal recortada que le sirve como objeto ansiolítico, rascándosela compulsivamente mientras completo la historia clínica y él lee y firma el consentimiento informado.

    Mariano F. me cuenta que no está trabajando, la terapia la paga su novia (es arquitecta). Ha perdido cinco empleos en los últimos dos años, desde mozo de restaurante a vendedor en tienda de electrodomésticos hasta administrativos, porque invariablemente surgen discusiones con sus jefes con los cuales termina peleándose y paso seguido es despedido. Esta es una historia cíclica que determina su vida laboral desde sus inicios. Considera que la gente no lo valora “ni por lo que es ni por lo que hace” y la frase es literal. (No le pregunto ni quien es ni lo que hace) le pregunto quién es “la gente” y me contesta que se refiere a los jefes donde ha trabajado y a su novia, con la que convive desde hace cuatro años en la casa de ella. Relata que “su novia no da valor a la cantidad de cosas que él hace diariamente en la casa, más allá de no poder conseguir un trabajo desde hace 3 meses y de que ella tenga que mantener todos sus gastos” y está absolutamente convencido que esta es la razón por la cual ella lo trata últimamente de mala manera, desacreditándolo y no dándole valor. Agrega que de haber estudiado y de tener un título universitario su vida sería otra y lo respetarían.

    15 minutos de sesión, los clichés que hay que decir siempre de que nunca es tarde para estudiar y bla bla bla y tenemos como realidad de superficie una necesidad de valoración y problemas con el poder (por atrás probablemente haya un complejo de inferioridad que estructura la falta de autoestima y las inseguridades, pero no eran los temas de consulta así que no se me antojo llegar hasta ahí)

    Me incorporo del sillón, salgo del consultorio y vuelvo con dos figuras de plomo, una de Batman y otra de Superman que normalmente adornan junto a otras cuatro docenas de superhéroes de DC la escalera al escritorio y se las doy una en cada mano para que las sostenga (evito de esta manera que se rasque compulsivamente la barba dándole otro ansiolítico u objeto transicional, ahora las recorre con los dedos pulgares reconociendo su textura también compulsivamente al punto que me arrepiento de habérselas dado)

- ¿Cuál te gusta más? -sonriéndole sabiendo que sabe que sé la respuesta-

- Obviamente, Batman, no me gusta Superman -devolviéndome la sonrisa-

- No te gusta Superman -afirmando ya sin sonreír- ¿por qué?

- No se…tiene muchos poderes y me cae mal… -con la vista fija en la figura de plomo-

- ¿Te cae mal porque tiene mucho poder?

- Y si, la única forma de matarlo es con Kriptonita si no es invencible, no tiene gracia…. en cambio, Batman no tiene poderes, solo tiene inteligencia y sabe pelear…. -riéndose y mirándome fijamente a los ojos-

- A ver… vamos a intentar analizarlo entre los dos… voy a empezar yo para que entremos en calor y vemos que resulta, ¿te parece?

- Si, dale… -el gesto era de desconcierto y las piernas que desde un comienzo mantuvo cruzadas con la derecha sobre el muslo de la izquierda se distendieron y separaron abarcando espacio-

- Vamos con Superman, tiene demasiado poder, igual que tienen poder los jefes con los que te peleas, que igual que él te caen mal y te terminan echando justamente por ese poder que tienen… O tu novia que no sé cómo es la relación de poder entre ustedes, pero al mantener la casa económicamente y vos estar sin trabajar me da la sensación de que le estás adjudicando un poder simbólico sobre vos y resulta en que también te cae mal porque no te valora.

(Hago una pausa demasiado larga como para darle tiempo a reflexionar y no lo miro dando unos sorbos a mi taza con té mirando por la ventana, y continúo)

No te valora, pero te intenta ayudar para que estés mejor y para que seas un mejor compañero de ella, por ejemplo pagándote la terapia.

- -Se ríe y deja las figuras sobre la pequeña mesa de madera que está entre nosotros- no lo había pensado así, puede ser… -sin dejar de sonreír-

- A ver, ya que me decís que puede que sea esta la línea correcta de análisis, sigamos con los superhéroes -asiente con la cabeza y se deja caer contra el respaldo del sillón relajándose por primera vez desde el comienzo de la sesión-.

    Tanto Superman como Batman quedaron huérfanos de niños. A los dos se les murieron los padres trágicamente. Uno creció en el campo jugando con sus amigos, teniendo novias en el secundario, hizo todo tipo de deportes y anda por la vida feliz, sonriendo enamorado desde hace décadas de una tal Luisa, y esencialmente jamás se le ocurriría dañar a nadie. El otro se vistió todo de negro, no tiene amigos, anda solo o peor, convive con un adolescente de 14 años llamado Robin que –rescató- de la calle, anda encapuchado y siempre está enojado, se convirtió en un psicópata asesino y tiene una cueva debajo de su casa donde pasa la mayor parte del tiempo como un paranoico mirando a través de monitores buscando venganza por aquellas pérdidas de su infancia. ¿Decime, si vos vivís en el departamento A, quien preferís que viva en el B, Superman o Batman?

- (Ahora es Mariano F. quien hace una larga pausa) Súperman…

- ¿No era que te caía mal?

- Si… pero ahora que lo pienso mejor… nunca lo había pensado así…

- Estás vestido como Batman… -señalándolo con la chistera dando un sorbo a mi taza de té-

- Se ríe fuerte- Nadie me va a querer como vecino…

- O en tu trabajo…. Porque en sí no es la forma de vestir, uno se viste cómo se siente y he ahí el problema. Si sos feliz, ves arcoíris de noche y si no lo sos, te vestís de negro y no ves el arcoíris. Nos gustan aquellas cosas con las cuales podemos identificarnos. -Asiente con la cabeza sin decir nada- Ahora bien, ya que concordamos en este tema, te voy a decir que Batman salva a una ciudad pedorra que se llama Gothan que sería como Campana para la Argentina, sin desmerecer a Campana, a ese lugar se circunscriben sus hazañas persiguiendo villanos sin ningún tipo de superpoder que podrían ser atrapados por cualquier policía de cualquiera de las películas de acción o series que andan por Netflix. Sin embargo, Superman vive en la capital, Metrópolis y salva el mundo entero contra villanos superpoderosos… ¿Me seguís?

- Si -me miraba fijamente con gesto entusiasmado-

- ¿Cuántas veces por año pensás que Superman salva al mundo?

- No sé - Riéndose-

- Ponele 100 veces… bueno…. Cuando termina de salvar el mundo no se posa arriba del obelisco -no necesita subirse porque vuela- y pide un aplauso de los ciudadanos por haber hecho lo que tenía que hacer. Simplemente se quita su ropa, se disfraza de ser humano y se va a su casa a mirar videos por youtube, porque no sé si lo sabías, pero es el único superhéroe que no se disfraza para combatir a los villanos, ya que usa su propia ropa, la que traía dentro de su cuna cuando cayó a la tierra, Superman se disfraza poniéndose anteojos y traje para pasar desapercibido. Igual ese es otro punto que nada tiene que ver con este análisis.

- No sabía -mirando la figura de Superman en la mesita se incorpora a medias y estirando el brazo la vuelve a sujetar dejándose caer otra vez contra el respaldo desbaratándose en el sillón-

- Entonces… si Superman no pide que lo valoren por salvar el mundo 100 veces al año, ¿por qué vos pedís que te valoren por juntar la ropa de la soga?, ¿o por atender correctamente a un cliente en un comercio?, Superman es feliz por hacer bien las cosas que tiene que hacer y con eso le basta. ¿Por qué a vos no te basta?, ¿por qué necesitas la aprobación de otros para hacer lo que tenés que hacer?

(Una pausa de unos dos minutos dentro de la cual termino el té y donde Mariano F. se mantiene inerte mirando la figura de la mano pensando una respuesta)

- No sé por qué lo siento así -subiendo la vista me mira visiblemente compungido, los ojos se le mojan y aprieta la figura de Superman en su mano y yo tengo miedo que la rompa- lo veo mal, está mal… no entiendo por qué hago eso…

- Muy bien, quiero que repases lo que charlamos en esta sesión durante toda la vida y estás de alta -creerán que quería que me devuelva la figura, es verdad-

- ¿En serio?, ¿de verdad no tengo que venir más? -aparentemente confundido-

- Mariano, creo que el problema del motivo de consulta fue detectado y le encontramos una solución. La teoría es esta, ahí afuera -señalándole la calle a través de la ventana- estás solo, yo no estoy, el que tenés que poner en práctica este análisis con solución incorporada sos vos. “No, intentar cambiar” -Agito en el aire los dedos índice y mayor de cada mano sugiriendo comillas- sino realmente Cambiar, aprender a ver las cosas de otra manera. Trabajar este análisis ahí afuera -volviendo a señalar la calle a través de la ventana- en la vida real hasta agotarlo.

- ¿Y cómo se hace eso? -entusiasmado-

- Esto funciona como un bebé cuando empieza a caminar, da dos pasos se cae y llora, se levanta, intenta dos pasos sonriendo y se cae otra vez para volver a llorar y se vuelve a levantar y sonríe y se vuelve a caer y llora y así hasta que un día no se cae más y lo ideal sería que siempre siguiera sonriendo, pero después camina por la vida y deja de sonreír otra vez -me río yo de mi propio chiste- Seguir viniendo a terapia sería hablar de lo mismo y reforzar lo hablado, algo que no tiene sentido. No tiene sentido que gastes dinero en repetir lo mismo como en el día de la marmota… En todo caso, cuando se produzca este cambio, que estoy seguro de que vas a lograr, si necesitas trabajar otro tema que te haga sentir mal, me escribís otra vez por whatsapp y concertamos otro turno.

- Si… pasa que yo creía que la terapia era diferente, nunca pensé que íbamos a hablar de superhéroes, pero lo entendí todo bien, está claro. Tengo que ver las cosas como Superman -sujetándose la remera haciendo la parodia de quitársela, yo aprovecho y estiro la mano para que me devuelva la figura de plomo-.

    Mariano F. hacía 40 minutos que no se rascaba la barba y el gesto de su cara era relajado, Habían pasado 50 minutos, en 15 llegaba otro paciente y yo tenía que hacerme un té. “Solo Dios sabrá”, canta Doris Day.

Los momentos perfectos (ensayo de un ensayo)


         Hurgando entre usados en una librería de calle corrientes hallé una edición de Huckleberry Finn editada por Planeta en 1979, obviamente la compré como hago siempre que encuentro una edición de Huckleberry Finn que no tengo (aclaro que no soy una especie de John Cusack en “Serendipity, 2001” entrando a librerías buscando compulsivamente “El amor en los tiempos de cólera” sino que siempre había considerado, por lo menos hasta ahora, como casualidades mis encuentros con Finn). Me senté en un bar de calle callao y mientras tomaba un café sosteniendo esas 270 páginas conocidas hasta el hartazgo, observando la tapa y la sobrecubierta, cuando como una epifanía surgió a mi consciencia una imagen que hoja tras hoja fue delineando un recuerdo largamente olvidado. Corría 1981, tenía yo entre 9 y 10 años y sentado en las baldosas gastadas del patio grande de la casa de mi abuela Alcira en San Nicolás, enfrentado al prohibido patio chico donde se erguía el mágico peligro del aljibe y esperando los buñuelos de batata que ella freía en la cocina, leía yo Huckleberry Finn en una edición nueva de editorial Planeta, la misma edición que acababa de comprar y mis dedos, antojadizos, rediseñaban su textura. Pensé que aquel -el de la casa de mi abuela- había sido un momento perfecto y se me ocurrió, ahí entre el aroma al café y el de las amarillentas páginas de Twain, que los momentos perfectos también son traumáticos. Esos momentos perfectos serán la brújula del camino y la vara con la que se medirá todo lo que siga.

Tengo una sola edición de Tom Sawyer, el personaje literario por excelencia de mi infancia, una de Oliver Twist, una de La cabaña del tío Tom, una de Moby Dick, una de Los tres mosqueteros, en fin, una de cada uno de los libros que edificaron mi niñez, sin embargo, tengo catorce ediciones diferentes de Huckleberry Finn y curiosamente hasta ahora nunca me había resultado extraño.

Un momento perfecto no puede ser buscado ni armado, aparece porque sí, porque tiene ganas, porque simplemente un montón de sustantivos, adjetivo y verbos se alinean y conspiran para que así sea. ¡Y cómo sobrevivir a eso! Mi amigo Pablo hace demasiado tiempo venía sugiriéndome que mirara “Afer Life, 2019” la serie de Ricky Gervais que al fin miré esta semana. Tony pasa sus días entre el alcohol, la ira, el superpoder de la impunidad que le concede saberse muerto en vida y mirar videos de momentos perfectos que vivió junto a Lisa. Transcurrieron tres años desde la muerte de Lisa, Tony está mejor, incluso se convirtió en una especie de “Amelie, 2001” inglés, y aunque aprendió a vivir más allá de ella, decide quedarse ahí. Ese es su tope, sabe con certeza que nada de lo que vendrá podrá superar a su mujer riendo al ver un pancito con una cara dibujada. Algo que Woody Allen ya había trabajado en la inolvidable escena de la langosta de “Annie Hall, 1977”.

¿Por qué olvidar un momento perfecto? A simple vista parecería un ejercicio psíquico, absurdamente ridículo. Pero como hemos podido analizar, este movimiento funciona a la manera de un mecanismo defensivo para poder sobrellevar lo que viene después, anulando la comparación con lo nuevo que nunca estaría a la altura de aquel momento perfecto y de esa manera evitar la angustia provocada por la decepción (esto se corrobora con los protagonistas del pancito con cara y el de la langosta ante la necesidad de repetir aquel “momento perfecto”). Sin embargo, incluso si el psiquismo ha permitido el olvido, el inconsciente personal insiste e insiste y durante años intenta hacerme recordar (impulsándome a comprar Huckleberry Finn una y otra vez) hasta que la consciencia acepta que ya no puede hacerme daño recordarlo o simplemente reconoce que fue vencida por el destino.

Que sirva para su propio análisis…

La mala fe o el arte de mentirse a sí mismo


En la batalla de Azincourt (1415) los arqueros a pie ingleses hicieron la diferencia destruyendo a la infantería francesa gracias a sus arcos de 1.80 m. que disparaban a una distancia de 365 metros, no es difícil imaginar que muchos de los arqueros morían bajo la espada de la caballería antes de que la flecha llegara a destino. Unas semanas atrás mi pequeña sobrina me preguntó que era el sol y la conversación derivó en las estrellas en general y decantó en la probabilidad de que muchas de las que nos hacen de escenografía ya no existan. Es difícil dimensionar que ese haz de luz que vemos cada noche es el pasado de la estrella que ha viajado miles de años para llegar a la tierra y que en ese tiempo, como el arquero inglés, tal vez murió; sin embargo, nosotros la seguimos viendo ahí colgada, impoluta como una imagen divina. Es extraño pensar que noche tras noche estamos bajo un tapiz de probable mentira que ha sostenido la angustia de la humanidad, orientándola y dándole estructura a sus religiones y a su vida romántica.

Cuando se miente se enuncia un hecho que no sucedió. Uno sabe con certeza absoluta que lo dicho no existe, pero lo afirma para un otro.  En la mentira siempre hay una duplicidad, incluso una complicidad inconsciente dentro de la cual uno engaña y el otro es engañado. Por ejemplo, un estudiante reprueba una materia y le dice a su padre que había estudiado, pero que el profesor lo odia y por eso lo reprobó cuando en realidad sabe que no había estudiado. Sin embargo, en “la mala fe”, concepto acuñado y desarrollado por Jean Paul Sartre esa duplicidad se da en la misma persona. Con “la mala fe” se afirma algo creyendo que es así, aunque no lo es. Dentro de la persona están dadas todas las condiciones para salir del engaño, pero decide descansar ahí. El sujeto prefiere no enterarse de la verdad, se la evita aunque se la tenga frente a frente y el análisis confirma que esa evitación se produce a manera de un mecanismo defensivo del psiquismo ante lo inminente de la angustia. Siguiendo el ejemplo del estudiante que va a rendir, en esta oportunidad leyó todo, pero no comprendió varios temas y al ser reprobado considera que el profesor lo odia, pero esta vez lo cree sinceramente porque está seguro de que su examen era perfecto. Además, de aceptar y comprender que se sostiene un autoengaño, estaríamos hablando de cinismo. Sartre, a la cabeza de todo el existencialismo francés, plantea que no somos lo que hemos vivido, porque eso ya pasó, ni tampoco somos lo que viviremos, porque no podemos ser algo que desconocemos si será, sino que somos “un proyecto”, el proyecto de vida en el que nos embarcamos. La mala fe está intrínsecamente relacionada con la fatalidad de ese proyecto porque nos convencemos de que la razón de nuestras pérdidas, de nuestros fracasos y de la inercia en que vivimos es causada por otros. La culpa es: de Dios, del destino, de una ex pareja, del vecino que arroja la basura a deshora, del clima, del político, de los que no trabajan, de los que trabajan, de los asesinos, de los ladrones, de los pozos de la calle, del tiempo que no alcanza, de los virus, del amor, de los hijos, de los padres, de Oliverio Girondo, de cualquiera. El proyecto es de uno mismo, uno siempre tiene la posibilidad de la libertad, de tomar una decisión de la que seremos por enteros responsables. Se es libertad en potencia. Al fin y al cabo eso somos, un proyecto de libertad, el haz de luz de alguna estrella, una flecha silbando en el aire. El resto es simplemente mala fe.

Escritos sobre la trascendencia y las mudanzas



    Estudios recientes han identificado las mudanzas como uno de los factores más estresantes de la vida, incluso algunos resultados las han ubicado por encima de los divorcios, del ser despedido de un empleo, de enfermedades y solo por debajo de la muerte de una persona amada. A saber: el estrés es una respuesta emocional y física frente a situaciones externas de tensión y su función es la de predisponer y preparar para el enfrentamiento, pero si esta cuota de tensión es demasiada elevada y sostenida en el tiempo, se vuelve contraproducente generando síntomas que conllevan a un deterioro sistemático en la calidad de vida. Es ahí cuando surge la necesidad de hacer algo para disminuir el estrés. Específicamente en el caso de las mudanzas, el estrés termina cuando se acomoda la última caja en la nueva casa, exagerando un mes si se tramita lentamente. Es cierto que existe la “potencialidad de la mudanza” que es la necesidad imperiosa y por fuerza mayor de tener que dejar una casa y no conseguir donde ir, eso se define como incertidumbre y su análisis es otro. Por lo tanto, comparar una mudanza con una enfermedad (que puede ser terminal o crónica), con perder el empleo (se puede estar años sin conseguir otro con riesgo de una depresión aguda) o con una separación de pareja (especialmente si no es la persona que tomo la decisión de separarse), es un absurdo. En estos casos puntuales, el estrés funcionaría como un síntoma que desaparece cuando comienza el proceso del duelo.

    Una mudanza implica una pérdida y toda pérdida necesita imperiosamente de un duelo para mantener la estabilidad psíquica. La pérdida es la casa que se deja atrás, el proceso de duelo es al hogar que se perdió (o la persona que se era en ese hogar) y esto va más allá de la acción de mudar. Hay varios factores que influyen en la dimensión y las características de ese duelo que dependen del hogar perdido y esencialmente de cómo se vivió en ese hogar. Como afecta a cada sujeto a mudanza, es propio de la estructura de personalidad de cada uno y siempre diferente al resto. No es la misma pérdida, una casa en la que se fue feliz que otra en la que solo hubo tristeza. Ejemplos sobrarían y también sabemos que en una casa se ha sido feliz e infeliz, pero siempre hay un polo que prima sobre el otro. La casa donde nos criamos, la protección de nuestros padres (o no) el aroma de las comidas, el patio y los juegos, los primeros amigos. Hijos que nacieron y aprendieron a caminar. Donde nos enamoramos, rincones, ventanas, momentos y un largo etcétera que hacen a una casa inolvidable o todo lo contrario, malos tratos, separaciones, enfermedades, muertes que hacen también inolvidable a esa casa, pero que con seguridad no se necesitará ningún duelo luego de la mudanza, sino trabajar sobre los porqués de la huida. Tampoco es lo mismo pasar de un ambiente a tres ambientes que de tres ambientes a un ambiente. Contra frente que frente, verde que cemento, con hijos o sin ellos, con pareja o sin pareja, con ausencias y fantasmas, en fin, las variables para la pérdida de una casa, un hogar, son muchas y como se dijo antes, propias de cada historia de vida.

¿Cómo funciona el psiquismo frente a la pérdida de un hogar?

    Hay un punto que se me antoja fundamental y tiene que ver con la trascendencia. Una casa nueva, sea comprada o alquilada irremediablemente, nos convierte en dioses, creadores de un mundo en miniatura, de nuestro propio mundo. Imitación a escala de la creación de Dios. Representa una grave decisión, no solo de construir ese mundo, sino de renovarlo y mantenerlo, inclusive de poblarlo. Nunca se cambia de mundo con ligereza. Cuesta dejar una creación. Toda mudanza significa dejar un mundo y volver a empezar otro. Crearse una vida nueva. Empezar con un cero. Y crear una vida nueva es siempre una repetición de la creación del universo. De un universo propio, único y privado, pero que siempre imita ese comienzo primordial donde algún Dios de alguna cosmogonía creó el universo. Desde el corte de cinta en un gran edificio hasta una fiesta de bienvenida con amigos en un monoambiente son rituales de iniciación y creación de ese nuevo mundo que se vienen repitiendo desde las civilizaciones más arcaicas hasta la actualidad. Ese proceso inconsciente de pérdida del mundo que se ha creado produce la angustia existencial del duelo a la mudanza y es lo verdaderamente importante a trabajar en terapia.

Epitome de su método, de mi método de trabajo

 Una y otra vez me consultan sobre mi método de trabajo, Calvin S. Hall y V. J. Nordby (1) escriben esta página que es una síntesis perfecta de lo que hago en mi trabajo con los pacientes, incluso utilizo el método de la "amplificación" cuando una consulta urgente me lleva a considerar que la terapia junguiana no es la más apropiada y si lo es la teoría sistémica directiva centrada en la solución. ¿Por qué? Porque es la única manera en que puedo analizar e interpretar lo que sucede con los símbolos que surgen del discurso del paciente y de esa manera poder dar una devolución desde diferentes puntos de vista que le sirvan para comprender lo que les está sucediendo. Obviamente que lo que se ofrece es el producto terminado y no el proceso que aburriría a la mayoría. Al método original le hice pequeñas modificaciones para adaptarlo a mi propia personalidad. Suelo proponer tareas, leer un cuento, una poesía, escuchar una canción, observar una pintura o una escultura que están directamente relacionadas con ese análisis que voy haciendo. Algo que he aprendido, derrumbando mis propios prejuicios, es que se puede dar a leer un cuento de Raymond Carver a un paciente que trabaja en un aserradero y que ni siquiera ha visto un libro de soslayo en la vidriera de una librería. Probablemente, la transferencia inmediata sea producida por los libros que embadurnan la sala de espera, pasillos y consultorio más que por mi presencia en sí.. Todavía no tengo una respuesta frente a esto, pero la actitud del paciente es de disposición absoluta a escuchar hablar sobre las batallas de Napoleón, sobre una pintura de Tom Wesselmann, el cine de Truffaut o literatura rusa del siglo XIX, simplemente siguen viniendo a terapia sin faltar jamás y realmente mejoran de manera drástica, incluso muchas veces ante mi asombro. Con este método de trabajo logran comprenderse mirándose en un espejo arquetípico y como en "Rashomón, 1950" de Kurosawa analizarse logrando ver el símbolo desde muchos otros puntos de vista.

(1) Página extraída de "Fundamentos de la psicología de Jung". (1978) Editorial Psique, Buenos Aires, Argentina

Breve desarrollo de la envidia y los celos ¿puede el futuro determinar el presente?

 


Los celos y la envidia son dos sentimientos con estructuras diferentes que tienen en su raíz un complejo de inferioridad como base de las vías de formación de sus síntomas. Ambos se refieren a problemáticas en las relaciones personales, pero mientras que la envidia es un fenómeno de dos, los celos se dan de a tres.

 Un sujeto envidia lo que tiene el otro, lo que representa el otro, lo que él cree que merecería tener y, sin embargo, no tiene y por supuesto si tiene el otro, porque de aceptar que el otro merece lo que posee no sería envidia sino admiración. En contraposición, los celos son el miedo a perder algo que se tiene en manos de un tercero. Ese tercero es una amenaza a la felicidad que se ha conseguido. Como se puede observar, la estructura de la envidia es opuesta a la de los celos, en el primero no se tiene y en segundo se tiene.

La envidia no necesariamente es constitutiva de la sombra, es decir, no tiene por qué ser algo reprochable, puede ser motor de superación si se trasforma en sana competencia. Por ejemplo, el estudiante que al ver a su compañero recibir excelentes calificaciones en los exámenes se esfuerza estudiando para poder estar a su mismo nivel o incluso superarlo. Sin embargo, el cristianismo primitivo, de la mano de Cipriano de Cartago (200-258 D.C), se encargó de defenestrarla, haciéndola ocupar un lugar entre los pecados capitales (por ese entonces eran ocho y no siete), señalando que son capitales no por su inmensidad, sino por ser el germen de todos los vicios. Su símbolo en todas las obras artísticas, desde el Medioevo en adelante fue lógicamente la serpiente (Eva envidia a Dios por su poder y desobedece la única prohibición establecida comiendo el fruto del árbol de la sabiduría incitada por el primer envidioso, el Diablo, en esta ocasión metamorfoseado en serpiente). A los pecados capitales se lo rastrea ya en la mitología y filosofía griega, especialmente la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles y luego, en la “Philokalia” (S. IV D.C) obra magna recopilatorio de todo misticismo antes conocido, se denomina “Lupé” a la tristeza por el abatimiento del alma a causa de la buena fortuna del otro. El complejo de inferioridad en la envidia decanta por su propia estructura. La comparación es la brújula del ser humano e inevitablemente un psiquismo débil es propenso a elaborar complejos de inferioridad frente a este mecanismo psíquico, espontáneo e inconsciente. Sabemos que alguien es alto porque conocemos lo bajo, sabemos que algo está lejos, porque conocemos lo cercano, que algo es rico porque conocemos lo que no lo es, sabemos de lo bello por lo feo, de lo bueno por lo malo, de Dios y del Diablo. Los opuestos se definen por su complementario. Comparar es algo automático en el funcionar del psiquismo humano y es la vía de formación de los síntomas de la envidia y de los celos, creando complejos de inferioridad.

Los celos tienen una estructura laberíntica (no me refiero a una paranoia celotípica al estilo del personaje de la película “Él, 1953” de Luis Buñuel sino a los celos no patológicos). En la envidia el malestar existencial lo siente el envidioso, el otro puede nunca enterarse del sentimiento que provoca, sin embargo, en los celos ese malestar lo sienten dos, aunque de maneras muy distintas. Uno siente angustia porque está convencido que va a ser engañado en cualquier momento y el otro porque recaen las sospechas sobre él (sospechas infundadas por supuesto porque de ser ciertas el problema de esa pareja sería otro y no los celos del celoso). El sujeto se convence a sí mismo que un tercero es mejor que él y, por lo tanto, su objeto de amor lo abandonará o engañará con ese tercero (producto de la comparación). A diferencia de la envidia, donde el complejo es estático y dirigido hacia un “otro” en particular, en los celos el complejo de inferioridad tiene un núcleo que atrae todo tipo de asociaciones que no hacen más que sustentar y ensanchar ese complejo. “Soy bajo, claro, como no le va a gustar él sí es muy alto, es mucho mejor que yo”, “No tengo dinero, claro como no le va a atraer él si tiene una casa extraordinaria, un auto último modelo y el mejor traje con que uno pueda vestir”, “Claro como no le va a gustar mi jefe, es quien me manda a mí, tiene mucho más poder que yo… con él estaría mejor que conmigo” “Ella tiene un cuerpo increíble como no la va a mirar así…seguro me va a engañar con ella”, etc. Este mecanismo, que ahora si es definitivamente consciente, encapsula la relación de pareja de tal manera que todo lo cambia. La desgasta hasta pulirla. Lo curioso es que los celos son el principio de una concatenación de fenómenos que van a suceder y denigraran a la pareja hasta un final anunciado. El celado, inevitablemente, perderá la inocencia (si alguna vez la tuvo) y comenzará a escudarse en “mentiras piadosas” para calmar la angustia del celoso que tarde o temprano decantaran en engaño o traición en un fenómeno que desarrolló Paul Watzlawick (1921-2007), la profecía autocumplida.

¿Puede el futuro determinar el presente?

La linealidad del pensamiento “causal” sentencia que A es causa de B. A sería el presente y B el futuro, por lo tanto, B nunca podría tener efectos sobre A. Watzlawick, sin embargo, plantea que no es siempre así y que algo futuro puede producir efectos devastadores sobre el presente y determinarlo. Pone como ejemplo el año 1979, donde un periódico de California tituló en su primera página anunciando una posible falta de gasolina en el estado. Al leer esto, los automovilistas atestaron las gasolineras y acabaron con todo el combustible en un día, produciendo justamente una “profecía autocumplida”. ¿Se hubiese acabado el combustible en California si los automovilistas no acudían en masa a cargar sus tanques?. El pensamiento causal falla. Este tipo de “profecía autocumplida” establece las condiciones para que se dé el suceso esperado y en este sentido crea precisamente una realidad que no se habría dado sin aquel. Un ejemplo que me gusta citar es la escena de “Matrix, 1999” donde la Pitonisa le dice a Neo que tenga cuidado con el jarrón. Sobresaltado con la advertencia y en un instintivo movimiento corpóreo empuja el jarrón derribándolo haciéndose añicos contra el suelo. ¿De no haberle advertido la Pitonisa se hubiese roto el jarrón?. Los celos son profecías autocumplidas por varias vertientes analizables 1) porque si se señala constante e insistentemente algo, al otro le va a llamar la atención, el ser humano siente una atracción irrefrenable por lo prohibido sin sentido, es necesario tener siempre presente la desobediencia de Eva porque esta es justamente una de las funciones de los mitos, ser guías de conducta en el camino del héroe 2) porque los celos destruyen la confianza, no del que cela sino del otro que siente que no se confía en él, en un principio intentará por todos los medios sostener esa confianza, pero el tedio acabará con esos intentos e indefectiblemente con la relación amorosa probablemente haciendo realidad aquello de lo que era acusado.

Tanto la envidia no sana como los celos tienen en su raíz un complejo de inferioridad con sus respectivos efectos colaterales, la baja autoestima y la inseguridad. La admiración que es la contracara de la envidia, si es excesiva y dirigida hacia alguien cercano de la pareja, podría presuponer las mismas consecuencias de “profecía autocumplida” que los celos funcionando a la manera del trabajo de la fobia/contrafobia, es decir, en cambio, de paralizarse frente al objeto, se lo ataca, pero este tema merece un mayor análisis en otro trabajo.

Como conclusión y trabajo en sesión es importante señalar un cliché “la confianza es la base de toda relación”, el poder apoyarse en el otro, estar juntos a pesar de los malos tiempos y estar juntos a pesar de los buenos tiempos. "Amar significa no tener que decir nunca lo siento" (Love Story, 1970) es decir, nunca hacer algo que dañe a la persona amada y tener la urgencia de disculparse. No importa si el daño es consciente o inconsciente, si uno piensa en cómo reaccionará el otro con la propia acción, no hay culpa para el inconsciente. Es necesario confiar y estar seguro de que se es suficiente y si a pesar de eso igualmente se es traicionado (es una de las probabilidades) ese no era el lugar donde se debía estar.

Andar la vida convencido en ser peor que otros se me antoja vergonzoso, pero no se preocupen, se trabaja en terapia y se supera, como casi todo.

Apuntes sobre la neurosis en la psicología junguiana (sobre la neurosis de la Zorra)


    Sustentada en el enfoque finalista, la psicología analítica aborda las enfermedades psíquicas y en particular la neurosis, de forma optimista. La concibe como un intento de la psique de curación ante un estilo de vida inadecuado. Para Jung, todas las neurosis están caracterizadas por la presencia de conflictos que involucran complejos que provocan regresiones y descensos energéticos. La causa suele ser una deficiente adaptación interna o externa que lleva a la persona a una regresión a etapas y puntos existenciales más seguros y en donde fue feliz. Un puñado de semanas atrás vi la película “El padre, 2020” de Florian Zeller y en la escena final el personaje del padre, interpretado por Anthony Hopkins, internado en un geriátrico totalmente deteriorado psíquicamente, llora llamando a su madre para que lo vaya a buscar en una poca caprichosa regresión a la infancia. Otro ejemplo que se observa cada día más en el consultorio es la arqueología de la agenda desvencijada del recién separado. Agenda repleta de nombres de posibilidades descartadas en su momento y obviamente derrotadas por el tiempo. El mecanismo de la regresión es una de las defensas más utilizadas por el ser humano durante el proceso de individuación, cuando lo consciente debe enfrentarse a algo que le resulta sencillamente intolerable, y ante la presencia de la angustia y la falla de la represión, la regresión es siempre de fiar.

    Lo neurótico representa contradicciones interiores que no han sido resueltas, es una lucha entre partes separadas de la personalidad. El conflicto neurótico se da entre dos tendencias, una de ellas consciente y la otra inconsciente que se encuentran en estado de contraposición. Esto resulta en una interrupción en el proceso de individuación dentro del contexto evolutivo. El sujeto, aunque determinado por experiencias anteriores, siempre es alterado por el conflicto actual. Esta tensión emocional entre los opuestos impide el fluir progrediente de la energía aniquilando la enantiodromía y la integración del Si-Mismo, produciendo una regresión de esa energía, hasta un complejo. Hecho que paraliza al sujeto en el devenir de su proceso de individuación. Es decir, el proceso de individuación se produce durante toda la existencia a través de una energía progrediente que impulsa el camino hacia adelante, cuando algo obstruye ese camino impidiendo el fluir de la energía, se estanca y seguidamente comienza un proceso regrediente hasta el inconsciente personal conformando un complejo. Complejo que atraerá todo tipo de asociaciones que lo harán cada vez más influyente con la potencialidad de convertirse en el centro de la vida anímica. Paradojalmente, Jung plantea que este movimiento neurótico tiene el valor de un intento de sanación por parte del enfermo y funciona como compensación de actitudes unilaterales frente a la propia existencia. Pensemos en Scarlett O'Hara el personaje protagónico de “Lo que el viento se llevó, 1939” y ese regreso a la tierra roja de Tara en búsqueda de la fuerza perdida que según ella solo puede recuperar en la casa de su infancia. Jung describió a los complejos como productos de la experiencia, es decir, comienzan a formarse desde el mismo momento del nacimiento por interacciones sociales, patrones familiares, condicionamientos culturales y agregándole las situaciones límite. Todo ello se combina con lo innato, las imágenes arquetípicas, conformándose así la totalidad del complejo que se ubica en el inconsciente personal. Los complejos son lo conflictivo y lo no asimilado, donde se mantiene el obstáculo, pero no solo de los cúmulos de situaciones contrarias y penosas, sino que son un punto de partida para el progreso espiritual. No es el lugar de la derrota, sino donde se comenzará a gestar la victoria. Y es al complejo donde se intentará llegar en la terapia a partir del símbolo que se erige como mediador a través del discurso del paciente y la utilización del método de la amplificación. El fin es simple, tender puentes sobre aguas turbulentas para que ese símbolo que irremediablemente aparecerá, sea mediador de la tensión contradictoria entre lo racional y lo irracional y que termine funcionando como síntesis entre los opuestos. Con el alumbramiento del símbolo como mediador, la regresión se convierte en progresión y la energía vuelve a fluir. Los opuestos complementarios vuelven a unirse como dos caras de la misma moneda.

    La Zorra considera que las uvas no están maduras tras varios intentos fallidos de alcanzarlas en la parra. Una formación reactiva es un mecanismo defensivo en el cual un comportamiento marcha en dirección opuesta al deseo reprimido. ¿Se olvida la zorra de las uvas al marcharse? Es una pregunta que por lo sintético del género y en particular de Esopo es imposible de responder. Lo cierto es que el amor y el odio son opuestos complementarios, dos caras de la misma moneda y no podría existir uno sin el otro más allá de los intentos de los poetas cursis de describir el amor como algo cristalino y puro. Lo que se ama también se odia, son opuestos complementarios en el que uno se define por lo otro, el bien define al mal, lo alto define a lo bajo, lo lejano a lo cercano y la belleza define a la fealdad, lo contrario, lo que aparece por fuera de la moneda, es la indiferencia. En ciertos momentos de toda relación amorosa de pareja uno de los opuestos puede gobernar la psique anulando al otro, en un comienzo el amor es un tsunami que todo lo avasalla, luego los opuestos se unen y es común observar que tras una ruptura, el amor es transformado en odio. Un odio que va menguando con el tiempo hasta desvanecerse en indiferencia. Mientras el odio se manifieste actualizado, significa que el amor no ha desaparecido. El individuo superará la enantiodromía cuando los opuestos vuelvan a unirse y esa es la única forma de dar fin a la neurosis. ¿Era el amor embriagador del comienzo una enfermedad? Es un estado anímico neurótico imposible de ser sostenido en un tiempo detenido. Los mejores momentos de “Friends” (1994-2004) se producen cuando los seis personajes están juntos dentro de una misma habitación, pero en algún momento de la serie deben salir. El tiempo no puede detenerse. Pero hay otro punto a tratar. La zorra no se conforma con la inversión del contenido de amor por odio, sino que necesita justificar su decisión creando una historia sobre las uvas. Una historia que ella misma necesita creerse. Las uvas que antes parecían deliciosas ahora están malas, y se marcha repitiendo el discurso a quien quiera escucharlo, porque ese discurso la ayuda a soportar la angustia frente al fracaso y ante una decisión que no llega a asimilar del todo. Ese mismo discurso es el que sostiene la neurosis.

    Aparte de este tipo de neurosis clínicamente identificable, Jung encontró que muchas de las enfermedades psíquicas se producían a causa de un deterioro o una falta en hallar un sentido para la vida y correspondían en su mayoría a personas en la mitad de la vida. El individuo en la mitad de la vida se replantea, necesariamente, su pasado y su futuro. En ese momento surge un conflicto entre los opuestos complementarios y el resultado lo llevará a una realización en la vida o en la enfermedad. Pero la enfermedad también ayuda a tomar decisiones con respecto a su futuro, existiendo la posibilidad de desarrollar un crecimiento personal que lo lleve a un estado de realización mayor al que tenía antes de la aparición de la neurosis. Jung hablaba de una neurosis que indefectiblemente vuelve a instalarse constantemente en el psiquismo, en la neurosis de la mitad de la vida creía que no había que regresar al pasado en el tratamiento, sino que era posible trabajarlo desde los sucesos inmediatos, que eran en definitiva los que actualizaban la neurosis.

A propósito de “La decalcomanie, 1966” de René Magritte

 


Me preguntaron qué miro cuando veo “La decalcomanie, 1966” de René Magritte

Entonces abrí un libro de Magritte en la página de la pintura, lo apoyé sobre la mesita frente al sillón, le di un vistazo ligero y fui a prepararme un té considerando erradicar todo análisis sobre la replicación del ser y la privacidad, temas propios de las obsesiones de Magritte y puntos recurrentes en la interpretación de sus obras.

¿Por qué un hombre escaparía apresurado de una cortina para seguir mirando lo que estaba mirando solo que un paso hacia la izquierda?. En una primera visión más que superficial, uno consideraría que comenzó a desprenderse de la cortina desde la izquierda con el tiempo suficiente como para llegar a escaparse, respetando un plan pautado, pero evidentemente un acontecimiento imprevisto lo hizo apresurarse y en ese ímpetu violento que obliga la huida termino por arrancarse un trozo vertical de tela del saco (el que se ve a la derecha de la silueta que dejó como prueba irrefutable de su fuga de la cortina).

¿Esa desvinculación de la totalidad que le otorga la cortina lo lleva a situarse exactamente en el ángulo que lo completa? ¿O es azar o es destino?

Vuelvo con el té, me siento, me pongo los lentes e insisto en observar ahora detenidamente ese trozo de tela y se me ocurre que todo el análisis anterior era definitivamente erróneo.

¿Cuándo uno se aleja de un lugar, deja un tozo de sí mismo o se lleva un trozo del lugar o ambas posibilidades? Lo cierto es que el trozo que queda en la silueta no coincide con la caída ni con los pliegues de la cortina. No pudo habérselo arrancado en esa primera huida. Ese trozo pertenece al sector izquierdo, es decir, donde está parado ahora. Por lo tanto, se puede inferir que el hombre va y viene de la cortina a su antojo.

El razonamiento correcto sería el siguiente (el mío, por supuesto):

1)      El hombre salió de la cortina perfectamente. (No bajó porque estaba abajo. Imagino que la cortina debe ser sucia considerando que el hombre estando en la cortina tiene la misma altura que fuera de ella, esto quiere decir que la tela toca el suelo).

2)      Dio un paso hacia la izquierda y continuó mirando ¿la playa, el mar y el horizonte?, tal cual lo estaba haciendo dentro de la cortina o siendo ella.

3)      Quiso volver al lugar anterior (a su lugar) dentro de la cortina, pero quedó atrapado (pegado) por ese trozo de la izquierda que le impedía moverse. (Puede ser que haya escuchado ruidos de alguien intentando entrar en la habitación y “los hombres cortinas” probablemente tengan el mismo “poder” que los juguetes del “Soldadito de plomo, 1838” de Andersen o de “Toy Story, 1995” de John Lasseter, es decir, solo pueden tener vida si no los está viendo un humano)

4)      Apurado por no ser visto, pegó un tirón y logró zafar arrancando el famoso trozo.

5)      Volvió a meterse en la cortina ocupando exactamente su lugar.

6)      Cuando estuvo seguro de su soledad volvió a escaparse de la cortina, pero esta vez dejando el trozo de tela arrancado pegado en el lado derecho de la silueta donde logró inmortalizarlo Magritte. Y cosa extraña, oscilando en ese eterno retorno, el hombre con bombín otra vez volvió a ubicarse en el exacto lugar cubriendo el trozo de cortina faltante.

    ¿Y qué mira en realidad el hombre de la cortina?

    Nada. Por eso da lo mismo estar dentro que fuera de la cortina. Lo único que destruye la ilusión del velo de Maya (la cortina) es traspasarla, ir más allá (paso hacia adelante), de lo contrario es una simple “Calcomanía” como tituló la obra Magritte. Nietzsche en “El origen de la tragedia, 1872” asegura que lo único que puede disolver la ilusión de la realidad es justamente traspasar el velo de Maya y la forma de hacerlo es a través del arte. Solo el arte permite romper la ilusión de existir en la realidad.


En ”La lunette d'approche, 1963” Magritte pinta esa ilusión (percepción o interpretación errónea de un estímulo externo real) que enmarca lo que uno cree ver y lo que en realidad es. Los vidrios de una ventana batiente aparentan traslucir un hermoso cielo nuboso; sin embargo, una pequeña abertura entre las hojas deja ver la negra y vacía realidad de la nada misma.

En su más famosa pintura “La traición de las imágenes, 1928”, Magritte lo explica sin tantas concesiones. Observamos en el cuadro el dibujo de una pipa y debajo, escrito a mano, con una escritura regular, aplicada, artificial (dice Foucault, 1973), la siguiente mención: «Ceci n'est pas une pipe» (Esto no es una pipa). Claro que no es una pipa, es simplemente el dibujo de una pipa. Esa pipa dibujada no se puede rellenar con tabaco y mucho menos fumarla, por lo tanto, no es una pipa, es una simple ilusión rota por el desparpajo del arte. Así de pobre es la vida de los hombres, van mirando a otros hombres creyendo que son hombres, pero solo imágenes vacías que creen conocer, son como la pipa dibujada. Las imágenes traicionan, asegura Magritte.


Schopenhauer en “El mundo como voluntad y representación, 1819” sostiene que la inteligencia de las personas está condicionada por el velo de Maya. Dice que el hombre tiene que aceptar el sufrimiento de vivir y la única manera de hacerlo es perforar el velo de Maya para poder ver la realidad tal cual es, pero para eso se necesita voluntad. Sartre habla de “mala fe”. En la “mala fe” se afirma algo estando absolutamente convencido de que es así, aunque no lo sea. Cuando uno hace uso de la “mala fe” la duplicación se da en el mismo sujeto. Engañado y engañador sobreviven en la misma consciencia. En la propia existencia están dadas las condiciones para salir del engaño si se quisiera, pero el sujeto no se quiere enterar de la verdad, se produce un autoengaño porque de darse cuenta del engaño sería cinismo (defensa de una mentira descarada sabiendo que lo es) y no “mala fe”. Sartre sostiene que los sujetos saben que pueden tener elecciones, podrían elegir saber, pero lo rechazan. Según “Matrix, 1999” podríamos aceptar el mal sabor de la mala comida conociendo la realidad o aceptar la mentira de que la comida inexistente es sabrosa. ¿Ser feliz dentro de una mentira o conocer la verdad? ¿Corazón que no ve no siente?

La respuesta me la dio el final de “La isla siniestra, 2010” de Martin Scorsese:

  Laeddis da una última pitada al cigarrillo, mira al Dr. Sheehan y dice"¿Qué sería peor? ¿Vivir como un monstruo, o morir como un hombre bueno?” y se encamina, manso, hacia los enfermeros que lo llevarán a hacerle una lobotomía.