Plétora para una elevación teomorfa del ser humano


          La profundidad de análisis e interpretación al que puede llegar un ser humano, dependerá de lo heredado genéticamente, de las experiencias vividas y de la sumatoria de la literatura que lea, de las películas que mire, de la música que escuche, y del buen arte plástico que lo salpique. Veo a diario en la internet, bibliotecas enormes repletas de libros a los que Jesse escondería dentro de una revista. Para explicarlo más didácticamente y con una analogía apta para el público que lee esto, música es desde L-Gante, Lali Espósito, Bizarrap y Daddy Yankee, hasta Charly García y Frank Sinatra, pasando por Bob Dylan, Joan Manuel Serrat y Ravel. Pero, aunque Joaquín Sabina, Luis Alberto Spinetta, The Beatles, Elvis Presley y Pink Floyd juntos, no llegan a tener en Youtube el 15% de los seguidores que tiene Bad Bunny, no son lo mismo, ni siquiera son parecidos. Y es maravilloso que así sea ¿Esto es nuevo? No. A la cultura, históricamente, la tuvieron pocos. Hasta la invención de la imprenta solo la tenía la iglesia, el pueblo era entretenido por juglares que bailaban, cantaban, les contaban chistes y hacían apología de la superación personal contando leyendas y mitos de héroes. ¿Algo cambió? Sí, a la iglesia se le borró el ombligo y Dios creo un representante actualizado que se llama Internet, donde millones de fieles, que nunca leyeron la Biblia, se la pasan repitiendo "Dios te bendiga". ¿El problema es que antes el poder lo tenían las personas cultas y ahora, manejan los países un manojo de incultos? Es verdad. Es una pena que voten personas que nunca miraron una película de Roberto Rossellini ni leyeron a Tolstoi escribiendo sobre la belleza. Por ahí, en Argentina, la solución sería la abolición de la ley Sáenz Peña. Aunque los reyes, salvo excepciones como Arturo (que no existió), rozaban la imbecilidad. Antes, como hoy, los que leen a Chaucer son muy pocos, pero, por una serie de extraños y certeros alegorismos, en 200 años, otros muy pocos, van a seguir escuchando a Mozart, viendo las películas de Truffaut y leyendo a Chaucer, y, con seguridad, nadie va a tener la menor idea de quiénes fueron ni L-Gante ni Stephenie Meyer (la escritora de la saga de los vampiros). A finales de 1700, Europa se maravillaba escuchando a un tipo llamado Salieri, mientras que Mozart, moría en la más absurda pobreza. 200 años más tarde, en 1984, nos enteramos quién había sido Salieri gracias a la película, dirigida por Milos Forman y ganadora del premio Oscar, sobre la vida de Mozart.
      Esto no significa que uno no pueda divertirse en una fiesta bailando, alocadamente, al frenético ritmo de la música de Karol G. o que no pueda mirar una de persecuciones de autos por las calles de San Francisco o que sea prohibitivo leer un pedorro libro de Dan Brown. El problema es sí, aún fuera de la fiesta, se sigue escuchando a Karol G. y no se tiene la menor idea de quién fue Jacques Brel. Por lo tanto, si uno terminó de leer la obra completa (por cuarta vez) de Tennessee Williams y quiere no pensar mientras está sentado en el inodoro, entonces, puede leer, olvidando la moral, que sería algo así como la culpa antes de la concreción del hecho, cualquier libro de Isabel Allende.