A propósito de “La decalcomanie, 1966” de René Magritte

 


Me preguntaron qué miro cuando veo “La decalcomanie, 1966” de René Magritte

Entonces abrí un libro de Magritte en la página de la pintura, lo apoyé sobre la mesita frente al sillón, le di un vistazo ligero y fui a prepararme un té considerando erradicar todo análisis sobre la replicación del ser y la privacidad, temas propios de las obsesiones de Magritte y puntos recurrentes en la interpretación de sus obras.

¿Por qué un hombre escaparía apresurado de una cortina para seguir mirando lo que estaba mirando solo que un paso hacia la izquierda?. En una primera visión más que superficial, uno consideraría que comenzó a desprenderse de la cortina desde la izquierda con el tiempo suficiente como para llegar a escaparse, respetando un plan pautado, pero evidentemente un acontecimiento imprevisto lo hizo apresurarse y en ese ímpetu violento que obliga la huida termino por arrancarse un trozo vertical de tela del saco (el que se ve a la derecha de la silueta que dejó como prueba irrefutable de su fuga de la cortina).

¿Esa desvinculación de la totalidad que le otorga la cortina lo lleva a situarse exactamente en el ángulo que lo completa? ¿O es azar o es destino?

Vuelvo con el té, me siento, me pongo los lentes e insisto en observar ahora detenidamente ese trozo de tela y se me ocurre que todo el análisis anterior era definitivamente erróneo.

¿Cuándo uno se aleja de un lugar, deja un tozo de sí mismo o se lleva un trozo del lugar o ambas posibilidades? Lo cierto es que el trozo que queda en la silueta no coincide con la caída ni con los pliegues de la cortina. No pudo habérselo arrancado en esa primera huida. Ese trozo pertenece al sector izquierdo, es decir, donde está parado ahora. Por lo tanto, se puede inferir que el hombre va y viene de la cortina a su antojo.

El razonamiento correcto sería el siguiente (el mío, por supuesto):

1)      El hombre salió de la cortina perfectamente. (No bajó porque estaba abajo. Imagino que la cortina debe ser sucia considerando que el hombre estando en la cortina tiene la misma altura que fuera de ella, esto quiere decir que la tela toca el suelo).

2)      Dio un paso hacia la izquierda y continuó mirando ¿la playa, el mar y el horizonte?, tal cual lo estaba haciendo dentro de la cortina o siendo ella.

3)      Quiso volver al lugar anterior (a su lugar) dentro de la cortina, pero quedó atrapado (pegado) por ese trozo de la izquierda que le impedía moverse. (Puede ser que haya escuchado ruidos de alguien intentando entrar en la habitación y “los hombres cortinas” probablemente tengan el mismo “poder” que los juguetes del “Soldadito de plomo, 1838” de Andersen o de “Toy Story, 1995” de John Lasseter, es decir, solo pueden tener vida si no los está viendo un humano)

4)      Apurado por no ser visto, pegó un tirón y logró zafar arrancando el famoso trozo.

5)      Volvió a meterse en la cortina ocupando exactamente su lugar.

6)      Cuando estuvo seguro de su soledad volvió a escaparse de la cortina, pero esta vez dejando el trozo de tela arrancado pegado en el lado derecho de la silueta donde logró inmortalizarlo Magritte. Y cosa extraña, oscilando en ese eterno retorno, el hombre con bombín otra vez volvió a ubicarse en el exacto lugar cubriendo el trozo de cortina faltante.

    ¿Y qué mira en realidad el hombre de la cortina?

    Nada. Por eso da lo mismo estar dentro que fuera de la cortina. Lo único que destruye la ilusión del velo de Maya (la cortina) es traspasarla, ir más allá (paso hacia adelante), de lo contrario es una simple “Calcomanía” como tituló la obra Magritte. Nietzsche en “El origen de la tragedia, 1872” asegura que lo único que puede disolver la ilusión de la realidad es justamente traspasar el velo de Maya y la forma de hacerlo es a través del arte. Solo el arte permite romper la ilusión de existir en la realidad.


En ”La lunette d'approche, 1963” Magritte pinta esa ilusión (percepción o interpretación errónea de un estímulo externo real) que enmarca lo que uno cree ver y lo que en realidad es. Los vidrios de una ventana batiente aparentan traslucir un hermoso cielo nuboso; sin embargo, una pequeña abertura entre las hojas deja ver la negra y vacía realidad de la nada misma.

En su más famosa pintura “La traición de las imágenes, 1928”, Magritte lo explica sin tantas concesiones. Observamos en el cuadro el dibujo de una pipa y debajo, escrito a mano, con una escritura regular, aplicada, artificial (dice Foucault, 1973), la siguiente mención: «Ceci n'est pas une pipe» (Esto no es una pipa). Claro que no es una pipa, es simplemente el dibujo de una pipa. Esa pipa dibujada no se puede rellenar con tabaco y mucho menos fumarla, por lo tanto, no es una pipa, es una simple ilusión rota por el desparpajo del arte. Así de pobre es la vida de los hombres, van mirando a otros hombres creyendo que son hombres, pero solo imágenes vacías que creen conocer, son como la pipa dibujada. Las imágenes traicionan, asegura Magritte.


Schopenhauer en “El mundo como voluntad y representación, 1819” sostiene que la inteligencia de las personas está condicionada por el velo de Maya. Dice que el hombre tiene que aceptar el sufrimiento de vivir y la única manera de hacerlo es perforar el velo de Maya para poder ver la realidad tal cual es, pero para eso se necesita voluntad. Sartre habla de “mala fe”. En la “mala fe” se afirma algo estando absolutamente convencido de que es así, aunque no lo sea. Cuando uno hace uso de la “mala fe” la duplicación se da en el mismo sujeto. Engañado y engañador sobreviven en la misma consciencia. En la propia existencia están dadas las condiciones para salir del engaño si se quisiera, pero el sujeto no se quiere enterar de la verdad, se produce un autoengaño porque de darse cuenta del engaño sería cinismo (defensa de una mentira descarada sabiendo que lo es) y no “mala fe”. Sartre sostiene que los sujetos saben que pueden tener elecciones, podrían elegir saber, pero lo rechazan. Según “Matrix, 1999” podríamos aceptar el mal sabor de la mala comida conociendo la realidad o aceptar la mentira de que la comida inexistente es sabrosa. ¿Ser feliz dentro de una mentira o conocer la verdad? ¿Corazón que no ve no siente?

La respuesta me la dio el final de “La isla siniestra, 2010” de Martin Scorsese:

  Laeddis da una última pitada al cigarrillo, mira al Dr. Sheehan y dice"¿Qué sería peor? ¿Vivir como un monstruo, o morir como un hombre bueno?” y se encamina, manso, hacia los enfermeros que lo llevarán a hacerle una lobotomía.