Haciendo la oblicua genuflexión de las católicas apresuradas, Laura E. delineó en su
pecho la señal de la cruz mientras se derramaba en el sillón preguntándome
cuándo lo iba a olvidar con una expresión en el rostro que denotaba la sincera
creencia de que yo tenía la respuesta. Ante lo desconcertante y aplastante de
mi inhabitual silencio, continuó planteándome –planteándose- que cuanto más
duraría el calvario de recordarlo todo el tiempo, de lo agónico que resulta que
él sea la vara con la que mida todas sus relaciones, de lo frustrante que es
verlo en todas partes como en la canción de Silvio Rodríguez. Ella sollozaba
desplegando las por demás plegadas carilinas y yo hipotetizaba en voz alta
aduciendo que seguramente todo termine cuando deje de tener diálogos
imaginarios con él.
Estudio
sobre el duelo romántico
El
duelo que no pudo ser ritualizado es de alta complejidad y tiene grandes
probabilidades de tornar hacia lo interminable. Desaparecidos en guerras, en
dictaduras, en catástrofes y en un largo etcétera de supuestos cadáveres nunca abrazados
por sus seres queridos. Una pálida sensación de esperanza que nunca se quita,
ese acostumbrarse a mirar por sobre el hombro, el creer reconocer su rostro
entre una multitud, el sostener hipótesis que en un principio ayudan a vivir y
terminan evolucionando en cinismo “quizá ha perdido la memoria, quizá haya
comenzado otra vida porque no nos recuerda, pero tal vez algún día un detalle
nimio precipite la memoria y vuelva (a tocar la puerta de casa)”. Se me antoja
denominar a este mecanismo “la esperanza de los Crusoe”.
En
un mundo sin tiempo para Penélopes, el duelo romántico se transita en un lapso
no mayor a un año, más allá de ese tiempo se considera patológico o duelo
complicado, que es del que específicamente me ocupo en este trabajo.
El
amor que deja de ser correspondido es uno de los dolores psíquicos más intensos
que el ser humano pueda llegar a sufrir: tristeza infinita, llanto, dolores
corporales producto de las somatizaciones de la angustia, ansiedad por un
futuro incierto y no elegido, etc. de ahí la antigua maldición de tres palabras
pronunciada en China desde antes de la dinastía Ming y adoptada por los pueblos
árabes como propia “Ojalá te enamores”. No cabe duda que el amor nace del
renunciamiento de la inteligencia a razonar lo concreto. Aunque da la impresión
que la inteligencia en un acto lúcido lo provoca, es en realidad en ese mismo
acto donde se contradice, lo niega y necesita del pensamiento mágico para
sostenerse y estructurarse “estaré con vos toda la vida, estaremos juntos
noventa y nueve años”. Almafuerte
sentencia que es mejor no haber tenido nunca que haber tenido y haber perdido,
y eso parece sensato e intentar refutar semejante lógica resulta absurdo.
El
duelo romántico -el que históricamente le ha dado sentido a la literatura,
especialmente a la poesía, y decantó en cómplice perfecto de la industria
musical- al cronificarse se asemeja a los no ritualizados, con la agravante que
el sujeto, en este caso abandónico, es tangible, lo podemos encontrar sentado
en la mesa contigua del bar que frecuentamos o cruzárnoslo a la salida del cine
y estos hechos resultan tan desestabilizadores psíquicamente que mantienen la
esperanza de que quizá, algún día, se dé cuenta de que éramos su mejor opción y
decida volver (a tocar la puerta de casa).
Albert Camus en “El mito de Sísifo, 1942”
propone el concepto de “minar” relacionado con el pensamiento y el suicidio y
es aplicable a lo complicado de atravesar ese campo minado cuando una relación
romántica termina y todavía se está enamorado, porque uno se encuentra no en el
comienzo del campo donde todavía existe la opción de retroceder o de caminar
hacia otro lado, sino que se está justo en medio de un campo minado de
canciones, lugares, libros, películas, situaciones, escenas que
indefectiblemente se tratan de esquivar para que no “explote” la angustia
producida por el recuerdo de ya no estar, de ya no ser. Nos convertimos en
fugitivos y la vida se sintetiza en una carrera existencial en zigzag entre
minas, negaciones y saltos de fe.
En
la actualidad, esta cronificación es alentada con la suspicacia de la serpiente
tentando a Eva por las redes sociales, haciendo que la permanencia del “otro”
esté a un clic del desasosiego de la curiosidad.
Siempre
nos quedará París…
El
problema se resume en: No se logró ritualizar la pérdida por lo tanto el proceso es interminable.
Convertirnos en proyecto como ideal para terminar el
duelo
¿Qué
es eso de convertirnos en proyecto? Tener la certeza que no somos el pasado
porque eso ya pasó ni el futuro porque todavía no lo vivimos, sino que somos
(lo plantea Sartre) un proyecto. El proceso de individuación que venimos
desarrollando no nos sirve porque produce angustia e irremediablemente hay que
realizar un cambio. El proyecto de vida no puede ser despertarse y dormirse
escuchando “Se me olvidó otra vez, 1974” de Juan Gabriel en versión de Natalia Jiménez,
por lo contrario, nosotros pasaremos a ser el proyecto de nuestra vida. El
cambio debe ser tan profundo y categórico que nos convierta en otra persona. Se
debe crear un mundo nuevo, sumergirnos y bucear hasta lo más profundo,
quedarnos sin oxígeno, sentir que los pulmones amenazan con desintegrarse y
recién ahí emerger para respirar aire y analizar donde estamos. Las
computadoras bien saben de eso, cuando funcionan realmente mal esperan ser
formateadas y comienzan de cero otra vez. Es urgente crear un mundo donde
aquella persona que nos abandonó ya no tenga existencia.
La
idea es cambiar y matar (simbólicamente) para poder ritualizar a quien ha
dejado de amarnos. Ha muerto (muerte nietzscheana), la persona que amamos ya no
existe, se quedó en el mundo del -Yo-del pasado. Si un hecho de sincronicidad
produce el encuentro a la salida de un cine, estar absolutamente convencidos de
que quien tenemos enfrente ya no es la persona que alguna vez amamos. No es una
serendepity de un universo complotativo ni siquiera una fatalidad. Aquella
persona que amamos ya no existe, la tenemos en una foto en el bolsillo de la
billetera, en el estante de la biblioteca tenemos el adorno que nos regaló una
primavera como recuerdo de que alguien alguna vez nos amó y nosotros también
amamos. Incluso esa persona que acabamos de cruzarnos nos cae mal, porque su
forma de hablar, sus gestos, su manera de vestir y de peinarse no tiene nada
que ver con lo que somos ahora, con lo que es nuestro proyecto de vida. Y ni
siquiera vale replantearse como es posible que nuestro Yo del pasado haya
estado enamorado de alguien tan diferente a lo que necesitamos para ser
felices, porque ese “Tú” murió y aquel “Yo” ya no existe. Ritualizar no es
olvidar, no es matarnos a nosotros también, por lo contrario, es aprender a
vivir con la pérdida, el mundo sigue adelante, nosotros también seguimos
adelante pero creando un mundo nuevo como se hace con las mudanzas (1).
Recordar lo bueno de esa relación es importante porque de no recordarlo
borraríamos parte de nuestra vida y eso significaría que no habríamos vivido
(ya lo experimentó Jim Carrey en “Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004”
de Michel Gondry y el resultado fue desastroso).
La
idea a razonar es la siguiente: hemos cambiado tanto que quiénes somos ahora
nunca amó ni fue amado por aquella persona por la cual sufrimos. Ya no tiene
ningún sentido sostener un sufrimiento por alguien que ya no es (el “Tú” íntegro
y el “Yo” del pasado).
En
esto de continuar viviendo, cambiar, proyectar, renovarse y evolucionar,
también desaparecen algunos amigos y compañeros (según teorías donde el duelo
amoroso dura una eternidad, hay que apoyarse en los amigos, yo digo que hay que
deshacerse de los amigos innecesarios y que tenían más que ver con el sujeto
abandónico que con nosotros, ya que tampoco podrían vivir en el nuevo mundo que
hemos creado y que de por sí traerá compañeros y amigos). Si los dos quedan
estancados en el mismo lugar haciendo lo mismo que antes, hay ínfimas
posibilidades de que vuelvan a ser pareja y que se reproduzca el mito del
eterno retorno volviendo a sufrir lo anteriormente sufrido (casos como
Elizabeth Taylor y Richard Burton que se casaron y divorciaron dos veces
(1964-1974 y 1975-1976)) y la razón es que siguieron siendo los mismos y
estando en los mismos lugares. El presente sin un acontecimiento es simplemente
una extensión del pasado.
Esto
de reinventarse no es cosa novedosa ni tampoco lo es que un hombre o una mujer
sean amados por varias personas en el transcurso de su vida y, sin embargo,
cada uno de esos amantes amen a alguien diferente y no me refiero al arquetipo
junguiano de la “máscara”, sino a que han ido cambiando tanto en su proceso de
individuación que cada vez que alguien los amó románticamente amó a una persona
diferente.
Caso
Laura E.
(Sobre la base de
la psicología breve estratégica)
Laura vive en una
ciudad pequeña y está predestinada a hacer lo mismo cada hora de cada día hasta
que en veinticinco años la jubilación la alcance. En Laura no hay margen para
cambios profundos ni para mudanzas y empezar otra vez no cambiaría nada si es a
dos calles de distancia. Relata que hace quince meses F. la dejó por otra
mujer, desde aquel instante no duerme bien y piensa en él todo el tiempo, tiene
ataques de llanto, dolor en el pecho, palpitaciones en diversas y aleatorias
partes del cuerpo, incluso cree tener alucinaciones con F., ya que imagina
verlo en los lugares más insólitos y a veces, frente a algunas situaciones a
resolver, se descubre entre diálogos imaginarios con él. Esta situación la
limita en el trabajo y en cualquier potencial relación (es una mujer de
llamativa y voluptuosa belleza que recibe continuas propuestas de hombres
invitándola a salir) pero vive haciendo slalom dentro de un campo minado. Es
muy difícil habitar un espacio, uno en general habita espacios sin habitarlos,
esto da como resultado que a medida que trascurre el tiempo cada vez sea más
difícil habitar las relaciones porque se habitan con representaciones previas y
las nuevas están en constante deliberación con las antiguas porque no se
corresponden con las representaciones que conforman nuestra estructura, Laura sistemáticamente
considera que ninguno de los nuevos pretendientes está a la altura de F. por lo
tanto jamás llega a la tercera cita con ninguno de ellos.
Entra a mi consulta
dispuesta a llegar a las últimas consecuencias con tal de cambiar y poder vivir
sin F.. En los últimos quince meses ha asistido a terapia con otros dos
psicólogos, pero al no sentir avances abandonó a las pocas sesiones. Indago
sobre las técnicas con las cuales han intentado solucionar el problema y que
obviamente no han dado resultado para no volver a cometer los mismos errores y
esencialmente para no perder tiempo, luego de relatarlas dice con gesto enjuto
“Necesito superarlo si o si”.
Hace un exhaustivo repaso de las obligaciones
y disfrutes diarios, hablar sobre eso ensanchaba su existencia y llegamos a la
conclusión que el horario de las 21 hs lo tenía disponible los siete días de la
semana, entonces, amparándome en su irrefrenable voluntad de cura, le prescribo
dos tareas complementarias y obligatorias.
La
primera de las tareas: cada día a las 21 hs exactas debe ubicarse en algún
lugar de su casa que le resulte tranquilo y relajante, encender el reproductor
de música en lo posible con canciones románticas repletas de clichés
depresores, debe programar la alarma del reloj (celular) para que suene a los
45 minutos y durante todo ese tiempo tiene que pensar en F. y nada más que en
F., puede sentarse, acostarse, pararse, caminar, saltar, puede llorar, gritar,
patalear, blasfemar, insultar, reírse, mirar fotos o videos de él y de ellos
juntos. Cuando hayan transcurrido los 45 minutos de la tarea y suene la alarma,
va al baño, se lava la cara y continúa haciendo su vida normal. Tarea: todos
los días a las 21 hs. pensar en F. durante 45 minutos recordando todo lo bueno,
todo lo malo y todo lo que ya no es ni será junto a él.
La segunda tarea, que como dije antes es
complementaria y además anticipatoria, fue la siguiente: en cualquier momento
del día en el que aparezca un pensamiento intrusivo que incluya a F. se lo
-niega manualmente- diciéndose a sí misma “esto lo voy a pensar entre las 21 y
las 21.45 hs”, como apoyatura en esta segunda tarea, debe llevar en la cartera
una pequeña libretita (se la doy) y en ella deberá anotar todos los pensamientos
pospuestos. Llegada la hora de la primera tarea, desplegará la libretita y será
el punto de partida de los 45 minutos siguientes.
Laura se retira de la
consulta sonriente y esperanzada comprendiendo perfectamente el sentido de las
tareas. Las semanas próximas volvería a verme para supervisar el progreso. Para
la sexta sesión ha logrado reestructurar su mente para que la idea fija “F.” se
moviera directamente al horario pautado, es decir, lo hacía automáticamente a
medida que escribía en la libretita, y casi todos los síntomas somáticos habían
desaparecido como por arte de terapia. Para la sesión once, Laura expresa que
ya no tiene pensamientos con F. durante el día y que se encuentra cansada de la
rutina puesto que ya no tiene mucho que pensar y que se queda esperando a que
suene la alarma porque no se le ocurre casi nada, intenta pero no puede
concentrarse en F. (la libretita que funciona como una extensión del terapeuta y
como se preveía se transformó con el transcurso de las semanas en un accesorio anti
ansiolítico en la cartera, estaba en blanco desde hacía varios días). La
felicito por el logro pero le digo que todavía queda trabajo por hacer aunque
reduzco el tiempo de la tarea a 30 minutos diarios. En la sesión catorce, la
tarea se reduce a 15 minutos y para la sesión diecisiete Laura ya no tenía
ganas ni de oír el nombre de F. y estaba saliendo con P. (un muchacho unos años
menor que había conocido en el gimnasio). Los síntomas somáticos habían
desaparecido por completo y en su discurso expresa literalmente que cuando se
levanta a la mañana comienza a sentirse mal sabiendo que a las 21 hs tiene que
pensar en F., que durante el día ya no se acuerda de él y que quiere utilizar
el tiempo de las 21 hs. para otra cosa, ya que le resulta complicado seguir
dándole excusas a su nuevo compañero de por qué nunca está disponible a esa
hora. Como testamento determinante de la cura acotó con una sonriente
complicidad, mientras que sin apuro marcaba en el pecho la señal de la cruz, que
los diálogos imaginarios con F. habían desaparecido.
La terapia se dio por
terminada porque la paradoja funcionó a la perfección. La cura fue el mismo
síntoma, tal cual es la cura para la mordida de la serpiente su mismo veneno.
Pintura ‘Without Even Looking’ de Nigel Van
Wieck
1) Boveri, Juan Sebastián, "Escritos sobre la trascendencia y las mudanzas"
https://sobrepsicologiaanalitica.blogspot.com/2021/12/escritos-sobre-la-trascendencia-y-las.html