Uno de los temas recurrentes
en mis sesiones son las elecciones, la irrefrenable ilusión de elegir como núcleo del Ser
libre. Los análisis siempre decantan en la postura de Sartre y todo el
existencialismo francés en tanto la imposibilidad de no elegir, puesto que no
elegir también es una forma de elegir (frente al monstruo se puede huir,
paralizarse o enfrentarlo, paralizarse y no hacer nada es una elección que se
hace con tanto miedo como el que huye o el que se arroja al cuello del monstruo)
y sobre la angustia existencial que va a decantar en el transcurso de la vida por
haber elegido A y no B o C. Curiosamente la angustia se produce por lo que no
se eligió, por lo que se dejó de lado. Generalmente en la crisis de la mediana
edad, el ser humano se va a replantear si la elección tomada fue la acertada y
que hubiese sido de su vida de haber elegido B, en cambio de A. El cine
norteamericano ha trabajado el tema desde 1946 con “Qué bello es vivir” de
Frank Capra y sistemáticamente, cada tanto, generalmente en las navidades, aparece
un ángel guardián que le da un pantallazo a algún protagonista angustiado y
desprevenido de como hubiese sido su vida de haber elegido el otro camino. ¡Qué simple sería la existencia con un Dios y su ejército de ángeles! En la vida
real no hay pantallazos de ángeles guardianes, pero si la brillantez de Frost
que aporta la solución perfecta para elegir el camino correcto.