La necesidad de agradar está intrínsecamente relacionada con la baja autoestima y estructurada sobre una personalidad de rasgos inseguros enquistada como complejo de inferioridad. Justamente son estos rasgos los que llevan al sujeto a temer no ser aceptado o incluido y que lo conducen a realizar acciones compensatorias frente a lo que consideran una desventaja. Este modo de afrontamiento funcionaría como una profecía autocumplida, diluyendo las relaciones construidas sobre supuestos erróneos. En la mayoría de estos casos nos encontramos con un latente miedo a la soledad. El ser humano como otras especies es un ser gregario, la vida es un fluir progrediente hacia la conformación de parejas o grupos. Pero ¿Cuál es el peaje para lo gregario?, ¿es mala la soledad? La soledad es angustiante cuando no se elige o mejor dicho cuando tener que estar a solas consigo mismo resulta intolerable. La soledad es desesperante cuando uno no se quiere, cuando el sujeto se aburre estando con él mismo. Lo que hay que plantarse es lo siguiente: ¿Cómo pretender que los otros nos elijan si nosotros mismos no elegimos nuestra compañía y vamos por la vida tercerizándola?. Es necesario aprender a estar con uno mismo, aprender a charlar con uno a mismo, a divertirse con uno mismo, a pasarla bien con uno mismo, a quererse con los aciertos y los errores, con las virtudes y los defectos. Aprender a elegir la propia por sobre el resto de las compañías, porque lo que nos devuelve el reflejo del espejo es exactamente lo que debe bastar para ser feliz. Cuando eso se logra, deja de ser necesaria la pose falsa, la foto retocada, el vivir buscando la aprobación de los otros, fantaseando con que esa actitud llevara al bienestar. Todo lo demás llega por añadidura a la cuerda firme y segura.
Video: escena de la película de 2005 "Angel-A" dirigida por Luc Besson