Alteridad, realidad y un cuerno




Hace mucho tiempo viví en un barrio donde los hombres se reconocían clientes de Horacio, el peluquero, porque todos tenían el mismo corte de pelo. Hay dos realidades, una subjetiva y otra objetiva. Una persona puede ver una puerta color rojo y otra puede ver la misma puerta de color azul, ahí lo subjetivo de la mirada y de la realidad, pero si se llama al pintor de la puerta y este les enseña la etiqueta de la lata de pintura que dice verde, se acaba la subjetividad para aparecer la realidad objetiva. Woody Allen lo ejemplifica en Annie Hall (1977) de manera espléndida, estando en la cola del cine con Annie Hall, se harta de escuchar a un espectador reincidente, que delante de él, en la fila, explica a una mujer lo que quiso decir el director en la película, Allen estira la mano dentro de la cámara y trae a escena al mismísimo director que le explica al pretencioso intelectual lo que verdaderamente quiso decir, y he aquí la realidad objetiva.

Se diagnostica la realidad a partir de lo que se sabe, esto hace que se mire "lo otro" con la subjetividad de lo aprendido y se tiña la realidad con el cuerno.

Insisto con este tema de la alteridad y de la empatía, porque se me antoja fundamental en el aprender a vivir. No se puede aprender a tener empatía pero, si se puede aprender a tener alteridad.

Ante esto, una segunda interpretación al rinoceronte.

Recuerdo un cuento de Raymond Carver “Parece una tontería,” publicado en 1983 en el libro “Catedral”, en el que una mujer encarga una torta de cumpleaños en una pastelería, asegurando que la retiraría horas antes de la fiesta del pequeño hijo. Pero surge lo imprevisto, el niño es atropellado por un auto y llevado de urgencia al hospital, la torta nunca llega a ser retirada. Los padres, desesperados y con el tiempo detenido, pasan junto a la cama del hijo varios días hasta que finalmente muere. Devastados regresan a su casa para encontrar que el contestador está lleno de mensajes, todos son del pastelero, que ha llamado compulsivamente durante días insultando y amenazado a la mujer por no haber retirado la torta.

El pastelero mira la situación a través de su cuerno. ¿Qué no puede adivinar la tragedia ajena? No. Pero acá es donde entra en juego el ejercicio de preguntarse ¿Y si al otro le sucedió algo?