(31 sesiones)
Los nombres, lugares y algunas situaciones han sido modificadas por razones de confidencialidad. Mis notas se exponen para el estudio de la clínica de la pederastia dentro del marco teórico de la terapia directiva centrada en soluciones.
Es necesario aclarar que el tratamiento fue absolutamente fallido, probablemente por la imposibilidad de llevar adelante una clínica de la pederastía, como por mis errores en las intervenciones que culminan en una relación transferencial que hace imposible la continuidad de la terapia. La elección del marco teórico me pareció el más adecuado en el inicio del tratamiento y a medida que la terapia fue avanzando debí cambiarlo a un marco analítico junguiano, pero para esa instancia, como dije antes, la transferencia hacía inevitable un final abrupto en la relación terapéutica.
P. ingresa a mi consulta en junio de 2019 con 22 años escuchando música a través de unos auriculares excesivamente grandes que recién se quita cuando literalmente se desmorona en el sillón. P. mide 1.85, bien parecido, pulcro y con vestimentas caras y a la moda. Es oriundo de una ciudad grande (X) de una provincia del norte del país y llegó a Bs. As cuatro años atrás para estudiar psicología, algo que podría haber hecho en X o en varias universidades más cercanas a las de Buenos Aires. Es de una familia tradicional bien acomodada, con dos hermanos varones menores que él. En cuatro años solo logro rendir 6 materias en la facultad, nunca trabajó y sus padres lo mantienen holgadamente en un departamento bien ubicado en una de las zonas más caras de la Capital. P. no tiene amigos en Bs. As. ni los tuvo en X. Durante sus estudios primarios y secundarios era burlado por sus compañeros a causa de su aspecto flaco, alto y desgarbado, algo que según P. le trajo problemas de autoestima. Tiene una personalidad introvertida, consume alcohol y diferentes drogas socialmente y gusta de ir a bailar. Baila él solo en la pista durante largas horas luego de tomar éxtasis (más adelante observaremos que las drogas tienen una funcionalidad inversa a la de los auriculares, pero el fin es el mismo, volverse invisible). Sale a pasear caminando o en bicicleta durante la noche y jamás, bajo ninguna circunstancia, traspasa el umbral de la puerta de su casa sin los auriculares en sus orejas.
Definitivamente, dice, le gusta estar en Bs. As y perderse en la clandestinidad que le ofrece la noción de no ser observado ni juzgado por hacer lo que le gusta, “pasar el tiempo” y jugar casi compulsivamente al mismo videojuego desde hace años (juego de disparos en primera persona).
Consulta
El motivo de consulta es la falta de emotividad, dice no sentir nada “nada de nada”, falta de sentido en la vida “no encuentro motivo para hacer algo” “para que hacer algo si no hay futuro” todo para P es dejar que las horas trascurran, se siente desganado y cansado todo el tiempo, hace un año que no rinde una materia en la facultad y la causa no es la falta de capacidad, ya que se observa por su discurso claro y con vasto vocabulario una inteligencia adecuada y una cultura superior a la media con intereses por la cultura pop, la lectura de ficción, la música y el cine alternativo. El problema, según relata, es que queda libre en todas las materias en las que se anota porque no asiste a clases. Suele dormir durante el día y despertarse cuando anochece para sumergirse en una rutina de paseo por el barrio escuchando música “para poder pensar y que el tiempo pase” y regresar a jugar su videojuego hasta dormirse para comenzar idéntico ciclo el día siguiente. P. afirma que pierde interés rápidamente por toda cosa que comienza, lo curioso es que lo único que recuerda haber empezado en toda su vida, por propia decisión, es la facultad (iniciar terapia fue una sugerencia de sus padres consensuada por él). Dice tener una buena relación con los padres y con los hermanos, pero tenía pensado cambiar de ciudad desde que promediaba la escuela secundaria porque no quería seguir viviendo en X y siempre idealizo el hecho de vivir solo y en Buenos Aires, pero que pasado el tiempo no logra avanzar y se siente mal, ya que entiende que está grande para que lo sigan manteniendo y no poder ofrecer la devolución esperada por sus progenitores en lo académico (con el transcurso de la terapia comprenderé, cristalinamente, que este es un doble discurso y que no existe puente que permita un cruce hacia la culpa o la vergüenza). Es necesario puntualizar que su situación académica es perfectamente conocida por sus padres con los que sostiene una charla frecuente y amena a través de las redes sociales.
En la primera consulta tomé nota de su falta de emotividad, de su desgano, de su soledad, de su sueño invertido, del hecho de no encontrar sentido a la vida, de una personalidad introvertida, de una baja autoestima (y aunque él remonta el origen a ser burlado por su aspecto, mirándolo en la actualidad resultaría absurdo pensarlo porque su apariencia es la misma que tienen los modelos que desfilan alta costura en las pasarelas. Siendo más directo y claro, he tenido pacientes con severos problemas de autoestima, con una altura de 1.55 cm y un peso de 120 kilos, y sí, es difícil trabajar la autoestima ahí, en P. a no ser que haya una dismorfia, me atreví en ese momento a pensar que otra cosa había por detrás que nada tenía que ver con el aspecto físico) y de que según su relato tiene una familia bien constituida que lo apoya en sus decisiones.
Me asegura que la mayoría de los síntomas actuales los acarrea desde la escuela primaria y que en realidad no puede recordarse sin ellos.
Más allá de que fue preguntada y respondida, la duda siguió en mi mente aun después de terminada la sesión ¿Por qué irse de X con 18 años a una ciudad en la que no conoce a nadie, a una distancia incómoda de su hogar, cuando podría haberse quedado en X para estudiar lo que quería estudiar? Mi consultorio es muy concurrido por estudiantes del interior por su ubicación céntrica, pero todos mis otros pacientes llegan a Bs As es porque no tienen la carrera que quieren estudiar en su ciudad y Bs As resulta lo más cercano a su hogar con el que mantienen escapadas esporádicas algunos fines de semana al mes. P. solo regresa a X para las fiestas de fin de año.
Siguientes sesiones
La consulta semanal tuvo una duración de 31 sesiones a las que nunca falto ni llegó tarde, incluso en varias oportunidades que baje a despedir al paciente del turno anterior, ya estaba P. en la vereda esperando (dejo 30 minutos entre pacientes para tomar notas y despejarme, por lo tanto, debido a mi falta de sala de espera tenía que seguir en la vereda hasta la hora de su turno), algo que evidentemente no le molestaba, ya que lo seguía haciendo con frecuencia. Era el último turno del día. 20.10 hs.
Luego de 3 sesiones diagnostique presuntivamente distimia para tener un punto de apoyo por dónde empezar a trabajar y para el historial clínico de su prepaga que lo requería, aunque si los síntomas se remontaban a 15 años, considere como posibilidad que podía tratarse de una estructura de personalidad. No deje de lado la primera nota de consulta, la falta de emotividad, y la dirigí como línea secundaria de trabajo ya que se me antojo realmente urgente como primera medida suprimir los síntomas distímicos. Para trabajar esta línea secundaria le presté una novela corta (considerando que era aficionado a la lectura) que se desarrolla a partir de la empatía entre los dos personajes principales con el fin de observar el estado de sus emociones. Di una derivación para un médico clínico para hacer estudios específicos de tiroides, ya que los síntomas son similares a los de la distimia y me resulta siempre importante desechar lo somático en un primer momento (los resultados de esos análisis descartarían problemas de tiroides). Concretamente, es acá donde noto por primera vez que algo no está bien en su relato, más tarde me daría cuenta que varias cosas no estaban bien. Cuando le nombro lo que creo es mi diagnóstico presuntivo, automáticamente comenta que su anterior terapeuta había diagnosticado exactamente mismo. En la ficha que se arma en la primera consulta junto con la firma del consentimiento informado, había asegurado que esta era su primera vez en terapia y que nunca había consultado otro psicólogo o psiquiatra. Ahora estaba afirmando que en realidad yo era el sexto terapeuta que lo atendía desde su llegada a Buenos Aires, pero le daba vergüenza decírmelo porque siempre abandonaba antes de las cuatro sesiones. Había sido diagnosticado con distimia seis veces en cuatro años y para mi sorpresa pasaron las cuatro sesiones y siguió asistiendo puntualmente.
El trabajo en terapia
Lo primero fue intentar suprimir los síntomas distímicos y P. se mostraba colaborativo, activo y deseoso de superarlos aprobando y siguiendo a rajatabla mis intervenciones (con esta simple postura ya sometíamos el desgano limitante)
Empecé por estructurar sus horarios para sostener una rutina que le permita empezar a hacer algo fuera de pasear su soledad por la noche y jugar videojuegos. Era fundamental el que pueda regresar a la facultad en el segundo cuatrimestre, ya que el primero lo había perdido.
En la cuarta sesión, la que se presuponía que debería abandonar según su historial, le surgen una serie de tics nerviosos (guiñar el ojo derecho y una mueca frunciendo el labio, esquema que repite coreográficamente una docena de veces en la sesión) que nunca le nombro ni le marco, él tampoco me dice nada sobre ellos y desaparecen a partir de la sesión nueve para nunca más volver, sin hablar jamás sobre el tema. A veces -solo a veces- no poner algo en palabra resulta por no existir o deja de tener sentido el sostenerlo.
P. es de pocas palabras y se le terminan luego de los primeros cinco minutos del relato de acciones semanales. Le pregunté a qué hora se había levantado y me contesto que a las 18 hs. Le dije que la tarea era que no se iba a acostar hasta el día siguiente a las 22 hs. Tenía que pasar 28 hs sin dormir. Después de tres intentos y recaídas logró revertir el sueño y estabilizar una rutina de levantarse a las 7 de la mañana para poder asistir a clases y por decantación a las 23 hs estaba tan cansado que se dormía. Tuvimos que trabajar el tema del fin de semana, momento donde se producía el cambio de sueño que llevaba a la recaída y rompía la rutina semanal, algo que se logró estabilizar en las primeras semanas de cursada en la facultad. En esa misma cuarta sesión le cargué en un pendrive la película “Alta Fidelidad, 2000” basada en la novela homónima de Nick Hornby y se lo preste para que la mirara en su casa. La tarea era hacer una lista como la que hace el protagonista, señalando los cinco trabajos en los que él se podría visualizar en un futuro. La intervención tenía como finalidad obtener variables para trabajar el encontrar un sentido a su vida, es decir, lograr establecer un punto donde dirigirnos. En la sesión siguiente había visto la película, le había gustado, la analizamos, pero no pudo poner una letra en la lista. Necesitábamos poder mirar hacia adelante y lo único que teníamos era la facultad, lo único que había elegido era estudiar psicología, por lo tanto, era de eso, de lo que nos teníamos que aferrar, porque no teníamos otra cosa.
¿Cómo hacer que el ser psicólogo se transforme en el sentido de su vida? La respuesta es intentar que se apasione por lo que hace, que se interese en el hecho de ser psicólogo y no que lo vea como una obligación a cumplir. De por sí era su elección y lo único que según él había elegido en la vida, pero se había convertido en una tarea a hacer para seguir sosteniendo su existencia frente a sus padres, por lo tanto, no era algo placentero. Obviamente que se habló la posibilidad de cambio de carrera y se sugirió que hiciese una entrevista vocacional con un colega, pero su elección era psicología y en eso era tan irreductible como Oliverio Girondo con las mujeres que no saben volar.
A partir de la sexta sesión comenzamos a charlar sobre psicología. La idea establecida estaba centrada en que P. encontrara pasión charlando sobre teorías y autores y en mi trabajo (reflejo futuro del suyo). Y como apuntalamiento, una tarea simple, cuando salía a pasear (ahora a la tarde) tenía que entrar cada semana a una librería de usados, ir al sector de psicología y comprar un libro para leer, cualquiera, sobre el tema que le interesase y debía sentarse en un banco de una plaza o en un bar a leer algunas páginas (sacarlo de su casa por añadidura). En las siguientes sesiones llegaba siempre con un libro de psicología en la mano. Para la octava sesión me devolvió el libro que le había prestado en la tercera cita, pero trabajar las emociones fue una odisea imposible. P. no había sentido ninguna emoción ni empatía con los protagonistas (personajes de su edad y con vidas y contextos similares como para que se produzca fácilmente algún tipo de identificación). Para esta sesión comienzan a ser notorios algunos rasgos psicopáticos que parecían en un primer momento síntomas distímicos (aunque también estaba escrita mi duda por lo prematuros de sus comienzos).
Continuamos en esta línea de trabajo hasta la sesión 12 en que mantenía los horarios y estaba cursando bien las materias, leía y jugaba poco (la tarea era no que dejara de jugar, sino que jugara dos horas por día luego de finalizar lo que debía hacer). Cada día estaba diagramado hora por hora, impreso en papel y pegado en la puerta de la heladera donde podía ser visualizado fácilmente. Salía cada vez menos los sábados a la noche a bailar (tener presente que el salir a bailar para P. era a bailar. Una especie de Tony Manero sin sociabilización donde solo interactuaba con el que le vendía la entrada y con el de las drogas) y lo había cambiado por ir al cine, obviamente, solo. Le sugerí que se inscribiera en una academia de baile, pero desestimo la idea, ya que el bailar para él era moverse “enloquecidamente libre” sin más ritmo que el que le “pedía la música”. No le atraía la estructura del baile diseñado y aprendido. Estaba estudiando para la facultad, iba a alguna biblioteca o a un bar porque decía que en su casa no lograba concentrarse y si se quedaba le resultaba difícil aguantar la tentación y se ponía a jugar a su juego (esto era un avance extraordinario). Se notaban progresos, incluso cada vez usaba menos los auriculares, trabajamos con el tema lógico de los auriculares como armadura, fuente de protección (funcionan como el niño que al ver una sombra se mete bajo las sábanas pensando que está protegido contra el monstruo, en este caso P. protegiéndose de la gente). El trabajo consistía en caminar dos calles con y dos sin y como había una gran disposición para lograrlo se logró. P. pudo realizar el recorrido desde su casa al consultorio sin los auriculares. A esto se llega fortaleciendo la autoestima, haciendo que comience a creer en sí mismo. P. empieza a creer que no solo puede ser psicólogo, sino que puede ser uno bueno y habla de ello enfáticamente. Para que crea en sí mismo primero es necesario darle algo en que creer, algo por lo cual levantarse todas las mañanas y poder mirarse al espejo con orgullo por lo que hace y al fin y al cabo, por lo que es.
¿Cómo trabaje la autoestima de P.?
¿Uno es lo que hace o es algo más aparte de lo que hace? Las personas dicen ser arquitectos o abogados o médicas o maestras. Se identifican con lo que hacen y pasan a ser su profesión. Eso que hacen es su presentación en la sociedad, lo que los posiciona y da identidad frente al otro. Trabajando un simple razonamiento -por ejemplo- como el que Messi era mejor jugador de fútbol que él, pero como él no quería ser jugador de fútbol, es más, ni siquiera sabía las reglas porque no le importaba en lo más mínimo el fútbol, sino que él iba a ser Psicólogo e iba a ser mucho mejor psicólogo que Messi, ¿cómo podía sentirse inferiorizado frente a un jugador de fútbol?. La idea es buscar los puntos fuertes de la personalidad y apuntalarlos (como señalé antes, el ser psicólogo era lo único que teníamos para trabajar). Comprendiendo este tipo de razonamiento, el complejo de inferioridad que subyace bajo la falta de autoestima comienza a desvanecerse. Comparar nos centra y nos pone en posición. Vivimos entre opuestos, sabemos que algo está lejos porque conocemos lo cercano, salimos a la calle y decimos que hace frío porque sabemos lo que es el calor, Indicamos que alguien es alto porque existe en nosotros el concepto de lo bajo, comparamos inconscientemente todo el tiempo y ese continuo comparar lleva a interpretaciones inconscientes erróneas que producen complejos de inferioridad donde no tendría que haberlos. Tengo siempre presente a Tobi, el personaje entrañable de la historieta “La Pequeña Lulú” de Marge, que según los cánones de belleza estandarizados no era muy agraciado físicamente, de por si fue dibujado como “el gordito” del grupo y en una tira de la década de 1950, uno de los niños del Oeste (los malos) se burlan de él por su peso acusándolo justamente de “Gordo”. Tobi les contesta, “Si, lo soy, ¿y alguno se anima a apostarme un peso a ver quien come más galletas?”. Ninguno le respondió, nadie se atrevió a apostarle. Tobi había derrotado la burla simplemente con una frase exacta donde demostraba su fortaleza e invencibilidad desde el núcleo de su debilidad. La dualidad de los opuestos nos permite comprender el mundo y a nosotros mismos. Volviendo al ejemplo de Messi, hay que tener en cuenta que es un futbolista en un equipo de once jugadores y él es el mejor en su posición, pero no es el mejor arquero, que de por sí también es un futbolista. En todo caso es el futbolista más exitoso de los últimos años en su puesto, el resto es cosa de los medios de comunicación y de la necesidad de las personas de idolatrar y proyectar sus fantasías de grandeza en alguien. Por lo tanto, se debe intentar ser eficiente y luchar por ser el mejor entre los que hacen lo mismo que hacemos nosotros y ahí es cuando la lista se afina y esa es la meta propuesta y con la que P. trabajaba de manera estupenda desde hacía apenas un mes y medio. Se puede estar en cualquier lugar, con cualquier gente sabiendo que no se es menos que nadie, porque en lo que uno hace y con lo que uno se identifica se es sobresaliente o se lo intenta ser. Luego, los parámetros de éxito son subjetivos y propios de cada uno, pero ese es un tema que no es necesario tratar acá. Esta forma de analizar la realidad produce un cambio de perspectiva en la mirada de P. Ahora tiene una propuesta por la cual mirar más allá del horizonte. Hay un futuro para él ¿Acaso la especialización es el reducto de la autoestima baja?.
A la sesión 13 llegó sin aviso con su madre y sin auriculares. Cuando baje a abrir, el mismo P. preguntó si podía asistir a terapia con ella. Entraron los dos. Su madre había venido a visitarlo por el fin de semana porque no lo veía más que por videollamadas desde hacía meses y necesitaba darle un abrazo y estar con él. Estaba muy preocupada, ignoraba qué tipo de vida llevaba P., solo sabía que estaba mal anímicamente y que no le estaba yendo bien en la facultad. Con ella trate específicamente el tema del inicio de los síntomas actuales en P. Indagué sobre si recordaba desde cuando los tenía. Asegura que su hijo fue siempre igual, solitario, introvertido y que lo recuerda jugando solo en su casa, aunque antes de que nacieran sus hermanos (6 y 8 años de diferencia con P.) era más extravertido. Ella misma intenta un análisis culpándose del tiempo que le quitó a P. luego del nacimiento de sus otros dos hijos y que cree que el dejar de ser el centro de atención para estar en un segundo plano, por las necesidades obvias de los más pequeños, lo volvió retraído y solitario. Nosotros teníamos avances inmediatos y concretos, así que entrar a analizar el nacimiento de sus hermanos y de cómo se sintió hace 14 años me resultó innecesario en ese momento. Quizá sería algo para trabajar más adelante si a P. se le antojaba. Los hechos posteriores me dieron la certeza que este punto no era una prioridad a trabajar.
La relación con la madre se veía correcta, respetuosa y amena, incluso amorosa, tal como debe ser, según lo que se aprende en las buenas películas de Hollywood y en la literatura inglesa clásica, pero esta parecía realmente sincera. A P. se lo veía interactuar diferente, más abierto y lo que me resultó más llamativo, sin miedo a que se me fugara algo que su madre no debiera escuchar. Estaba seguro de mí y, sin embargo, yo me sentí algo incómodo porque ignoraba cuanto sabia la madre sobre los temas que habíamos trabajado y no es lo mío la improvisación.
A la madre le pronostiqué una inminente mejora -realmente así lo creía por los avances que veníamos teniendo- y me pidió estar en contacto ante cualquier imprevisto que surgiera, obviamente le dije que sí. Cuando entrabamos al ascensor para bajar y despedirnos, P. me dijo a viva voz “Tengo una cosa que quiero charlar la próxima, hágame acordar”.
Sesión 14. Luego de despedir al paciente anterior, leí como hago siempre las notas del paciente entrante y estas me recuerdan que P. tenía la necesidad de contar algo. Hasta ahora no habíamos hablado de su sexualidad. Sabía que nunca había tenido pareja y con eso alcanzaba porque con el enfoque que se había tomado resultaba innecesario profundizar el tema, de haber sido necesario -de esto estaba convencido- hubiese surgido mucho antes y, sin embargo, no había sido así. Algunos gestos, la forma de cruzar las piernas, alguna mano que quedaba flotando en el aire más blanda de lo normal, una exacerbación fabricada de la pulcritud perfumada que no haría sospechar a Philip Marlowe porque lo daría por descontado, pero como no estamos en 1940 y en la actualidad el amaneramiento es algo común entre los hombres y aceptado por las mujeres empoderadas, considere que podría estar equivocado y que no era homosexual. Igualmente, mi intuición me decía que P. quería hablar de su homosexualidad (tengo esa palabra subrayada y con signo de interrogación en las notas de las primeras sesiones y al final de la sesión 13).
Me contó que su madre había quedado “maravillada conmigo” y otros halagos que eran signos de una buena proyección y transferencia de P. hacia mí.
Se habló de lo de siempre, de la facultad, de las librerías que había visitado, del libro que había comprado, del autor, de la edición, de la traducción, le leí un poema que considere necesario que escuchara, que la diagramación de los horarios estaba funcionando, que se estaba sintiendo mejor, etc. Faltando 10 minutos para terminar la sesión, le recuerdo que tenía que contarme algo que había quedado pendiente de la semana anterior. Le cuesta comenzar, da varios giros y cuando se decide cae una catarata de palabras en forma de catarsis irrefrenable. Relata que nunca había estado con una mujer, pero tampoco con un hombre. Que era virgen. (P. no profesa ninguna religión, eso se lo pregunto a todos mis pacientes luego del nombre y la obra social, porque para mí el pensamiento mágico y lo sagrado son lo que dan sentido a mi profesión, la razón de mis investigaciones y estudios). Nunca le había dado un beso en la boca a alguien y no por falta de oportunidades porque él se daba cuenta como las mujeres en la facultad o en la calle se le insinuaban o lo invitaban a estudiar o a compartir grupos o a salir a tomar algo. Intentó explayarse caso por caso sobre las diversas oportunidades sexuales que había tenido en los últimos meses, pero le pedí que me diera un panorama general del tema y que continuábamos la semana próxima con lo específico porque quedaban pocos minutos de sesión. Me volvió a repetir sin que yo volviera a preguntar que no era homosexual, definitivamente no le atraían los hombres y él se consideraba muy viril. Se masturbaba diariamente mirando pornografía de mujeres.
Tomo nota que no había falta de interés sexual, todo lo contrario, tenía una fiel sexualidad con él mismo. Había otra cosa sobre lo que quería hablar, pero lo dejaba para más adelante, ya terminaba la sesión.
“Hay algo que no está bien” es la frase final que escribo en mis notas de la sesión. ¿Qué no está bien? ¿Qué se me paso? Lo que no está bien tiene que ver con el sexo, pero nunca tuvo sexo, se masturba con mujeres. Algo no he preguntado ¿Tendrá un problema anatómico? ¿Algo físico relativo a la genitalidad es la causa que lo lleva a evitar el contacto sexual? ¿De ahí los problemas de autoestima que me describió en la primera sesión? Escribo al borde de la hoja “Los Cachorros” de Vargas Llosa, evidentemente reflexionando sobre el tema. ¿Tal vez un micropene? Y una segunda instancia de duda ¿Qué edad tienen esas mujeres con las que se masturba? (subrayo todo bajo la frase que me recuerda que algo no estaba bien en el relato inconcluso).
Sesión 15. A P. se lo veía bien. Se reía, estaba verborrágico, tuvimos la rutina de preguntas y respuestas habituales sobre el sueño, la facultad, las drogas del fin de semana -había ido a bailar-, los libros, las librerías, la música, la familia, lo de siempre y etc. Me dice que estuvo pensando y que tenía ganas de asistir a clases de teatro. Le digo que es una idea estupenda, que en teatro va a poder expresarse y va a conocer gente con la que relacionarse -este era quizá el mayor logro hasta ahora porque era su propia iniciativa-. Suelo leer mucha poesía a mis pacientes y a P. no solo le he leído en varias sesiones, sino que he insistido en que él mismo leyera para mí -para él-, justamente para que se soltara, expresara y poder trabajar las emociones. Fueron estas intervenciones, exitosas, al punto que había adquirido por gusto propio una excelente edición de “Una temporada en el infierno” de Rimbaud y una obra completa de Machado, mientras que cumplía la tarea de visitar semanalmente librerías de usados. Me preguntó si conocía a algún profesor de teatro, le conseguí un teléfono al que nunca llamó y jamás comenzó teatro.
Faltando 10 minutos para terminar la sesión, pregunté fuera de todo contexto (la idea era tomarlo por sorpresa, idea absurda porque ¿En qué otra cosa podía estar pensando él?)
Yo. Volviendo a lo que dejamos la semana anterior y para descartar el tema ¿Hay algún problema de índole sexual? ¿Algo físico?
P. ¿Cómo qué?
Yo. No sé….decime vos, me refiero específicamente a si el tamaño de tu pene te parece que está bien. Y te pregunto por qué me interesa que analicemos el porqué no has tenido ningún acercamiento sexual, teniendo en cuenta que tenés deseos como lo demuestra la masturbación diaria.
P. No... Ningún problema de ese tipo. Creo que tengo un pene de buen tamaño, estoy contento con él -Se ríe. Y la risa no es nerviosa, sino que incluso parece verdadera-
Yo. Excelente, entonces descartamos eso y ¿Qué edad tienen las mujeres con que te masturbas?
P. No son viejas -Se ríe, mucho, y eso es raro-
Yo. ¿Qué edad?
P. Jóvenes
Yo. No sé, Vos sos joven. ¿De tu edad?
P. Menos
Yo. ¿15?
P. Sobre esto es lo que quería hablarle…
Ya a esta altura no era necesario seguir preguntando ¿no?
Yo. ¿Qué tan chicas?
P. No sé…depende… pero más o menos entre 10 a bebitas - “bebitas” fue la palabra que uso-
¿Qué hace un psicólogo cuando escucha esto? Solo se puede romper el secreto profesional cuando corre peligro la vida del paciente o la de un tercero o cuando lo ordena un juez. ¿Qué denuncia puede hacer un psicólogo si no hay una denuncia previa, si el tercero no es alguien concreto, tangible, reconocible?. Y lo cierto es que P. vino a buscar ayuda. ¿Vino a buscar ayuda?
¿Hasta dónde ha llegado P. con sus deseos? ¿Cómo trabajarlo? ¿Dónde quedo mi trabajo con la distimia?
En la sesión 16 hay un solo tema para hablar y P. parece dispuesto a hacer una catarsis completa y total. Yo no sé si puedo soportar lo que escucho y realmente es imposible de transcribir por la precisión de los detalles propios de un perverso, regocijándose de lo que causa en el otro (yo).
El relato, obviando por supuesto los detalles y obligándome a generalizar, es el siguiente:
A P. le gusta subirse a colectivos y subterráneos donde cumple sus deseos sexuales. Espera a su víctima en el andén del subte o en paradas de colectivos concurridas. Tiene paciencia y tiempo, busca madres con bebas en los brazos. Sube detrás de ellas, observa donde se sientan (el bebé o niño siempre debe ser mujer porque no es homosexual y no le gustan los hombres, me recalca esto enfáticamente) entonces se para al lado y tomado del pasamanos se va acercando cm a cm hasta apoyar su miembro en la beba que sostiene la distraída mamá. También gusta hacerlo con las niñas que suben de la mano de sus padres y quedan paradas sosteniéndose de las asideras de los asientos. Él se ubica por detrás y con el amontonamiento de gente se las rebusca para tocar o rozar las partes íntimas y apoyar su miembro en la niña inocente mientras vigila no solo la reacción de ella, sino la del progenitor y la de los otros pasajeros para no ser descubierto. Suele eyacular durante esta práctica que ha perfeccionado usando un preservativo que se coloca con un sistema de bolsillo izquierdo del pantalón sin fondo -es realmente imposible de escuchar y también de escribir-. Esto que hacía sistemáticamente todos los días, no la hace desde que fue descubierto por una madre en el subterráneo -empezó a gritarle y otros pasajeros intentaron detenerlo- pero él logró escapar corriendo “milagrosamente” justo cuando el vagón abría las puertas en la estación Callao de la línea D. Desde ese momento, que le produjo gran angustia porque temía ir a prisión y ser violado, decidió retomar terapia llegando a mi consulta.
En la sesión anterior supuse que era un pedófilo, pero no, P. era un pederasta. No era una fantasía, el deseo estaba puesto en acción.
El miedo a ser violado que se derrama anudada a la angustia de ser atrapado es algo que se me paso por alto y lo tengo en cuenta recién ahora. Analizarlo ahora no tendría sentido porque no formó parte de la terapia y en sesiones posteriores, cuando se buscó un trauma originario que pudiera explicar su estructura de personalidad, se trató el tema infructuosamente. Igual me lleva a recordar la película “Edmond” dirigida por el gran Stuart Gordon en el 2005 que narra la historia de un hombre machista, violento, perverso y abusador que encuentra la felicidad cuando, luego de sus crímenes y ya en prisión, se convierte en “la mujer” de su compañero de celda. Pero esta es una anécdota totalmente fuera de contexto.
Mi contratransferencia era realmente mala para la sesión 17. Ya en este momento de la terapia el único tema de trabajo era la sexualidad de P. acordando que los síntomas distímicos se podían comprender a partir de una estructura de personalidad perversa, psicopática, introvertida y dependiente que debía poderse rastrear desde su primera infancia.
Buscando un trauma de origen -en realidad algo para trabajar, ya que tuve que replantearme todo lo que se había hecho hasta el momento- y que de inicio a esta estructura, P. me señala dos recuerdos que evidentemente tenía muy bien analizados y presentes por la rapidez y la precisión de detalles que me ofreció. Aunque ninguno de los dos resultan traumáticos para él.
1) Estando en primer grado de la escuela primaria, con seis años, su madre es llamada por el director porque P. les levanta la pollera a las niñas y les toca la cola
2) Teniendo aproximadamente 8 años, su madre y una amiga de ella, que tiene una bebita, bajan del auto y dejan en el asiento trasero mientras entran a un comercio a buscar algo a P, y a la bebita. A P, le alcanza ese tiempo para correrle el pañal y tocarle los genitales.
No hay recuerdos de ser abusado, solo de ser abusador. Es absolutamente necesario trabajar el trauma original cuando el paciente es la víctima, en este caso trabajarlo tendría importancia solo para las estadísticas o para completar el caso clínico. No se logró en las sesiones siguientes encontrar ningún trauma que pudiera haber dado origen la estructura de su personalidad. Creo -y esto lo pienso ahora- que podría haber trabajado el objeto transicional que bien estudió Winnicott y con el que demostró que se puede producir el punto de inflexión de la perversión.
Sesión 19, P. va más allá con su relato: Me asegura que cree estar enamorado de una niña en X, dice que ha tenido relaciones sexuales con ella desde que él tenía 13 años hasta los 18 que vino a vivir a Buenos Aires. La niña hoy tiene 15 años, por lo tanto, tenía 6 años cuando abuso de ella por primera vez e hizo lo mismo durante los siguientes 5 años. No fue la única, la niña tiene una hermana 2 años menor y ocasionalmente también tuvo sexo con ella, aunque asegura que con la hermana menor nunca hubo penetración porque “era muy chiquita”.
P. terminó el relato, que abarcó casi toda la sesión, incrustado en detalles y descripciones tal como lo hubiese hecho Tolkien de haber escrito sobre aberraciones sexuales, y se quedó mirándome, esperando una intervención, una acotación mía. Era tan inconcebible lo que estaba escuchando que solo atine a decir:
- - Entonces no sos virgen como me habías dicho…
- - No… es que no me animaba a contarlo porque era mucho más chica que yo…
Las niñas tendrían ya 13 y 15 años. No había ninguna denuncia, de haberla me hubiese enterado más, no sea por la madre.
P. sabe que lo que hizo y hace está mal, aunque solo se plantea el dejar de hacerlo por el miedo a ser atrapado, como le sucedió en el subterráneo. Le explico que esas niñas (son allegadas a su familia, muy allegadas) tarde o temprano van a resignificar lo que les paso y van a denunciarlo. Si no es el mes próximo va a ser en 10 años, pero va a suceder y más considerando que son dos hermanas y que sus familias se ven continuamente. P. no logra tomar consciencia, no del hecho en sí, porque como dije antes lo comprende y sabe que está mal, pero lo ve como algo ajeno y lejano a él. Textualmente, dice “Es como que lo hace otro, no yo”. Hay una clara disociación.
Hago una derivación con un psiquiatra. La considero necesaria pero intrascendente. Le va a diagnosticar distimia, y le va a dar alguna pastilla para caminar más ligero. No es distimia, es un pederasta que se escapó de su ciudad y extraña a la niña ya adolescente a la que abusaba.
La madre de P. me escribe en la semana por whatsapp diciéndome que P. no le contesta las llamadas. Que lo ve mal otra vez. Es la primera vez que trato con una madre, ya que solo atiendo adultos. Pero P. es un dependiente emocional y económico de sus padres, por lo tanto, tienen que ser responsables de él.
Me surge la duda que decanta de los hechos, ¿Cuánto puede saber un padre sobre su hijo adolescente? ¿Por qué esa aceptación incondicional en permitir que se marche miles de kilómetros a estudiar una carrera que bien podría haber estudiado en su misma ciudad? No es que P. dijo “hago lo que quiero porque yo me pago mi vida” como bien aclara Machado en el anteúltimo verso de su poema “Retrato”, no, los padres lo dejan ir sin necesidad de que trabaje ni de que regrese a visitarlos. ¿Cuánto sabían los padres del pasajero oscuro de P.?. Nunca lo sabré.
En P. no hay necesidad de cura porque su problema enraíza en lo profundo de su personalidad. P. intenta suprimir los síntomas egosintónicos que en realidad son la consecuencia de una estructura de personalidad perversa que es egodistónica o por lo menos no plantea un conflicto más allá de los temores legales.
El intento de trabajo con la pederastia
Las siguientes 5 sesiones trabajamos la culpa, la represión y la sublimación como formas de paliar los impulsos sexuales aberrantes. No encuentro otra forma de trabajar, lo que parece imposible de trabajar, esas semanas intente embadurnarme con métodos de trabajo clásicos, pero el recorrido de otros termina en un cúmulo de hipótesis y teorías que mueren en callejones sin salida, resultando tan improductivas como la conclusión de mi propio trabajo.
Para esta fecha hay algo que tengo claro, no puedo seguir tratando a P. mi contratransferencia es absolutamente inadecuada.
Saber que tengo sesión con P. me produce malestar. Me parece que derivarlo con otro psicólogo no sería tampoco ético, no para él ni para mí, sino ético para las niñas que están ahí afuera. No podría pasarle mis notas al nuevo terapeuta y P. quedaría sin contención psicológica y libre para seguir haciendo lo que hace para siempre, ya que es absolutamente improbable que vuelva a hablar del tema, teniendo como antecedente esta infructuosa terapia. Lo cierto es que no es un tema que alguien vaya contando de terapeuta en terapeuta, por lo tanto, de volver a iniciar terapia volvería a ser diagnosticado con distimia y probablemente abandonaría en la cuarta sesión.
El deseo del pederasta es irrefrenable, tanto como lo es para cualquier sexualidad. El trabajo que propongo es sobre el control del impulso antes de ponerlo en acción. La forma de trabajarlo es ejercitar la represión y la sublimación (como mecanismos conscientes) en el día a día para luego empezar a pensarlo a largo plazo. ¿Sublimarlo a largo plazo? ¿Dónde? ¿Volcarse a la religión y volverse seminarista? ¿En la psicología? ¿Qué se reciba y sea un psicólogo de niños? ¿O acaso puedo creer que elegiría gerontología?. En P. estaba funcionando la represión que fue originada por el miedo a ser atrapado. ¿Hasta cuándo iba a durar ese miedo? ¿Hasta que cambiara de locación? ¿Ante la falla de la fantasía de cura intentaría regresar adonde se sentía seguro? ¿A X?.
El trabajo de intentar utilizar conscientemente los mecanismos psíquicos defensivos no lleva a ninguna parte. El impulso sexual a los 22 años es como al agua, al colar los fideos, se escapa por agujeros que van surgiendo entre la pasta.
Como última opción de trabajo trate de apoyarme en su madre y convencer a P. de contar el secreto a ella y a su padre, presuponiendo que realmente desconocían el trasfondo del problema de P. y enfocándome solamente en el abuso a las dos niñas de X, obviando el resto porque es imposible de probar y P. lo sabe y yo sé por el trabajo que veníamos haciendo que si no hay consecuencias no hay posibilidad de cambio, en realidad, de represión. No podía denunciarlo, pero podía hacer que se lo dijera a sus padres -responsables cuidadores-. P. comprende que tarde o temprano va a ser denunciado por las niñas de X y que eso destrozaría a sus padres, principalmente a su madre. Prefiere decírselo él mismo a que se entere por alguien más. Es innegable que la decisión de P. está manipulada de mí, pero realmente creo que es lo mejor para todos los involucrados, incluyéndome a mí, por supuesto -en el comienzo de la exposición de mis notas subrayo mis desaciertos en varias intervenciones y di por hecho que fueron la causa del fracaso de la terapia, esta es una de ellas, pero es la última-. Le explico que de esa manera sus padres también podrían ayudarlo (son sus padres más allá de todo).
Clara y directamente le digo que no tiene ninguna distimia, que era un perverso psicópata y que lo que hace se enmarca dentro de lo que se conoce como pederastia. Que era un pederasta. Le resulta chocante la palabra y me dice que no se considera así. ¿Por qué no se considera así? Porque no es él quien lo hace, es como que lo hace otro (insiste en la disociación) y seguido me ofrece el discurso aprendido de todos los abusadores de niños “los niños tienen sexualidad…en otras culturas no es un problema….antes las niñas se casaban a los 8 años…etc.….etc.” que ponen de manifiesto lo real.
Era inminente el viaje de fin de año para las fiestas y yo no lo quería cerca de las niñas de X -P. me cuenta que quizá la familia de las niñas vayan a su casa para pasar juntos navidad, yo intento que comprenda que al tenerlo sentado en la misma mesa es probable que alguna de las dos se quiebre y lo delate, ya que ahora son adolescentes-. P. Accede a hablar con su madre dentro del marco que presta la terapia, es decir, en una sesión. La madre iba a venir a Buenos Aires por un trámite y aprovechaba para volver a X junto a P. Con la autorización de P. -él me pide que yo organice la sesión con su madre- le envío un mensaje a través de whatsapp para ponerla al tanto de que P. necesitaba contarle algo y que lo iba a hacer, si ella estaba de acuerdo, en el consultorio en la fecha indicada (Sesión 28). La madre accedió preocupada, como es lógico, y me pregunta si puede asistir también su marido y le contesto que sería perfecto si pudiesen estar los dos.
Después de la sesión 24, faltando tres semanas para terminar las clases. P. deja de ir a la facultad, no rinde los segundos parciales ni entrega trabajos prácticos y pierde las tres materias que cursaba. La madre se comunica conmigo preocupada a través de whatsapp y le digo que realmente no es relevante, que pierda las materias porque estamos trabajando algunos problemas que son realmente importantes en este momento y que la próxima semana lo hablaríamos en sesión tal cual estaba estipulado.
P. duerme de día, sale a pasear de noche y juega a su vídeojuego el resto del tiempo. Se droga el sábado y baila hasta que se apagan las luces del boliche y los de seguridad lo sacan a la vereda. Se enoja conmigo en un acting increíblemente sobreactuado porque lo derivé con un psiquiatra para que lo medique y lo mantenga drogado -ya habían pasado ocho sesiones de esa derivación-. Le digo que no quiero que lo medique nadie, solo que creo necesaria otra opinión y un punto de vista diferente.
Esa última sesión del año, que se iba a realizar con sus padres, no se llevó a cabo. Faltando 24 hs, P. me avisa que al día siguiente, el mismo de la sesión, viajaba con sus padres a X, por lo tanto, no iba a asistir a terapia, que dejaba todo para después de las fiestas cuando volviera en enero.
La madre me llama por teléfono ese mismo día desde Bs. As. para que le informara que hacer y cuál era la causa ´por la cual no nos reuníamos como habíamos quedado, que su marido había viajado desde X especialmente para la sesión. Le dije que lo sentía tanto como ellos, pero tenía entendido que P. cambió de parecer y realmente no podía hacer nada frente a su decisión. Solo le podía aconsejar que no deje de mirar a P. -Dije mirar y no vigilar porque el mirar tiene un doble sentido que no se encuentra en el vigilar-.
Analicé la causa del derrumbe fatídico y estrepitoso en la conducta de P. durante varias semanas, aún -como pueden observar- sigo analizándola.
1) ¿Fue muy notoria mi pésima contratransferencia?
2) Lo catártico de poner en palabra lo angustiante es reconocido en la cura, pero ¿le producían angustia a P. sus fantasías-deseos-actos? ¿Si no produce angustia para que revelar tal secreto? ¿Buscaba una aprobación en mí? Puede haberle producido angustia el hecho de ser casi atrapado, la posibilidad de ir a prisión, pero la catarsis sucede meses después. Definitivamente, no intentaba un cambio, porque el dejar de ser un pasajero oscuro de trenes y colectivos fue una azarosa consecuencia del miedo a ser atrapado y no por una necesidad de cambiar. Las respuestas a estas preguntas fueron “No sé” y al proponer pensarlas P. siguió con la misma postura “No sé el porqué”.
¿Llega a consulta para averiguar qué le pasa? Nada de esto puede contestar y yo solo puedo ayudar a que interprete algo que me desagrada profundamente. De hecho, no hay culpa en continuar masturbándose mirando en la pantalla de la computadora, fotos de bebas que consigue visitando compulsivamente cuentas azarosas de Facebook e Instagram de padres que las suben y comparten sin imaginar que terminan en una carpeta dentro de una carpeta renombrada “cosas de la facultad” en el escritorio de la notebook de un pederasta que se masturba mirando la inocencia de su pequeña hija dando tumbos desnuda intentando unos primeros pasos sobre la alfombra de su living. No hay disociación psicótica sino neurótica. No hay dos personalidades ni voces, ni pérdida de realidad ni nada que indique psicosis, es un simple mecanismo de defensa neurótico y perverso frente a una situación límite no descrita por Jaspers. Miguel Hernández, en su celda de prisión, al enterarse de que su pequeño hijo muere de hambre alimentándose solo a cebolla, le escribe en el último verso de “Nanas de la Cebolla” rogando que haga una disociación en su personalidad para poder soportar la tragedia:
“Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.”
3) La catarsis le sirvió y fantasea con que si no rinde materias y está muy mal, sus padres le va a decir que no lo van a mantener más en Buenos Aires y lo obligarán a volver a X donde podrá estar cerca de “la niña”
P. regresa a mediados de enero y tenemos 4 sesiones más.
No falta a ninguna sesión ni llega tarde, su transferencia hacia mí es tan mala como mi contratransferencia. En la segunda sesión le ofrezco buscar otro terapeuta, ya que lo nuestro evidentemente no estaba dando resultado. Literalmente le digo que busque otro -no le ofrezco derivación con un terapeuta conocido-, que me llame yo hablo con él y probablemente pueda tratar las cosas desde otro enfoque porque el mío no le estaba siendo útil.
Viene a sesión obligado, evidentemente tiene miedo que lo delate y me recuerda el tema de la confidencialidad. Claramente, se arrepiente de haber contado su secreto. ¿Realmente buscaba ayuda?
No quiso hablar sobre lo que sucedió en X durante las fiestas. Me habla de que tiene sueños raros (nunca hablamos sobre sus sueños ni había traído uno a terapia) y está “casi” convencido de que lo que me relató durante la terapia son sueños que tuvo, pero que en realidad nunca sucedió nada de lo que me contó.
Me estaba regalando una salida muy ensayada y elegante. Yo le contesté:
- - Probablemente. haya sido todo una fantasía tuya o un sueño que soñaste alguna vez… -¿Qué más podía decirle yo?-
Me dijo literalmente estas palabras:
- - “Eso era exactamente lo que quería escuchar”.
Se incorporó del sillón, me estrecho la mano y dimos por terminada la sesión 30 minutos antes junto con todo el proceso terapéutico.
Su madre se comunicó conmigo dos semanas después y su padre un mes más tarde, estaban preocupados por P. a ambos les dije lo mismo, que ya no era el terapeuta, que no podía romper el secreto profesional y que les recomendaba encarecidamente que insistieran en que P. continúe en terapia -con otro terapeuta obviamente-.