Plétora para una elevación teomorfa del ser humano
Problemas de parejas
No
desearás a la mujer del prójimo, dijo. Años después, y habiendo tantas mujeres
solteras, dejó embarazada a la de José. Como consecuencia, José la abandonó y
estuvo a punto de pedir la ruptura del compromiso, que, como efecto dominó,
llevaría a María a ser públicamente lapidada por adúltera [Mateo
1.19]. Dios, ante lo inevitable y predecible, envió a un ángel que,
en sueños, manipuló a José para que se haga cargo del niño [Mateo 1:20, 21].
José era un buen tipo. ¿Qué habrá sido de la vida de José? ¿Es el Dios Jehová,
además de asesino, (por lo del diluvio, lo de Sodoma, lo de Gomorra, lo de matar niños y mujeres y echar sal a la tierra
de los Amalecitas luego de invadir su ciudad [Samuel 15:2-3], entre otras cosas
que nos cuenta en su autobiografía) un abusador sexual? Sabemos que parte de
sus representantes en la tierra, pertenecientes a la iglesia católica, lo son,
pero, ¿él también lo es? ¿Tuvo María la posibilidad de negarse a ser infiel al
carpintero y a quedar embarazada de Dios, o fue abuso de poder? ¿Consintió la
relación con el déspota y lascivo Espíritu de Dios?
“El
ángel le dijo: —No tengas miedo, María, porque Dios está contento contigo.
¡Escúchame! Quedarás embarazada y tendrás un hijo a quien le pondrás por nombre
Jesús. Entonces María le dijo al ángel: — ¿Cómo puede suceder esto? Nunca he
estado con ningún hombre. El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso al niño santo que
va a nacer se le llamará Hijo de Dios.” [Lucas 1:26-50]
Como
psicólogo, ante la demanda de un/a paciente que llega a la consulta como
extraído de "New York Movie, 1939" de Edward Hopper a
trabajar la separación con su pareja, intento, en primera instancia y
con todos mis recursos, recomponer la relación. En eso soy una especie de
Susanita de Quino. Para mí, lo único no negociable es la violencia. La
violencia es el límite. Considero que todo lo otro es trabajable. Siempre se
puede volver a empezar, dicen los pedorros cartelitos de superación que pululan
inundando la internet. Sí, se puede volver a empezar, y dentro de la misma
pareja. El paraíso está en el principio, de eso hablan todas las religiones,
volver atrás y recomponer los errores no se le está permitido a los
protagonistas de la literatura de ciencia ficción, pero sí a la psicología de
la realidad. Se deberá analizar cuáles fueron las fallas que doblegaron la
tierra generando el terremoto. Se puede hacer el intento de una regresión hasta
los puntos de bienestar. Reestructurarse. Cambiar para que no cambie nada.
Volver a entrelazarse los dedos para huir de la lluvia. Aprender a tener un
vínculo sano. Pero a veces, solo a veces, me planteo si esto es verdaderamente
asequible o es simplemente otro cuento del mundo de las hadas —malinterpretado—
para poder dormir sin tantas culpas, para poder despertar sin tanta angustia.
Un caso exitoso y una teoría (inconclusa) para superar duelos patológicos en el amor romántico
Haciendo la oblicua genuflexión de las católicas apresuradas, Laura E. delineó en su
pecho la señal de la cruz mientras se derramaba en el sillón preguntándome
cuándo lo iba a olvidar con una expresión en el rostro que denotaba la sincera
creencia de que yo tenía la respuesta. Ante lo desconcertante y aplastante de
mi inhabitual silencio, continuó planteándome –planteándose- que cuanto más
duraría el calvario de recordarlo todo el tiempo, de lo agónico que resulta que
él sea la vara con la que mida todas sus relaciones, de lo frustrante que es
verlo en todas partes como en la canción de Silvio Rodríguez. Ella sollozaba
desplegando las por demás plegadas carilinas y yo hipotetizaba en voz alta
aduciendo que seguramente todo termine cuando deje de tener diálogos
imaginarios con él.
Estudio
sobre el duelo romántico
El
duelo que no pudo ser ritualizado es de alta complejidad y tiene grandes
probabilidades de tornar hacia lo interminable. Desaparecidos en guerras, en
dictaduras, en catástrofes y en un largo etcétera de supuestos cadáveres nunca abrazados
por sus seres queridos. Una pálida sensación de esperanza que nunca se quita,
ese acostumbrarse a mirar por sobre el hombro, el creer reconocer su rostro
entre una multitud, el sostener hipótesis que en un principio ayudan a vivir y
terminan evolucionando en cinismo “quizá ha perdido la memoria, quizá haya
comenzado otra vida porque no nos recuerda, pero tal vez algún día un detalle
nimio precipite la memoria y vuelva (a tocar la puerta de casa)”. Se me antoja
denominar a este mecanismo “la esperanza de los Crusoe”.
En
un mundo sin tiempo para Penélopes, el duelo romántico se transita en un lapso
no mayor a un año, más allá de ese tiempo se considera patológico o duelo
complicado, que es del que específicamente me ocupo en este trabajo.
El
amor que deja de ser correspondido es uno de los dolores psíquicos más intensos
que el ser humano pueda llegar a sufrir: tristeza infinita, llanto, dolores
corporales producto de las somatizaciones de la angustia, ansiedad por un
futuro incierto y no elegido, etc. de ahí la antigua maldición de tres palabras
pronunciada en China desde antes de la dinastía Ming y adoptada por los pueblos
árabes como propia “Ojalá te enamores”. No cabe duda que el amor nace del
renunciamiento de la inteligencia a razonar lo concreto. Aunque da la impresión
que la inteligencia en un acto lúcido lo provoca, es en realidad en ese mismo
acto donde se contradice, lo niega y necesita del pensamiento mágico para
sostenerse y estructurarse “estaré con vos toda la vida, estaremos juntos
noventa y nueve años”. Almafuerte
sentencia que es mejor no haber tenido nunca que haber tenido y haber perdido,
y eso parece sensato e intentar refutar semejante lógica resulta absurdo.
El
duelo romántico -el que históricamente le ha dado sentido a la literatura,
especialmente a la poesía, y decantó en cómplice perfecto de la industria
musical- al cronificarse se asemeja a los no ritualizados, con la agravante que
el sujeto, en este caso abandónico, es tangible, lo podemos encontrar sentado
en la mesa contigua del bar que frecuentamos o cruzárnoslo a la salida del cine
y estos hechos resultan tan desestabilizadores psíquicamente que mantienen la
esperanza de que quizá, algún día, se dé cuenta de que éramos su mejor opción y
decida volver (a tocar la puerta de casa).
Albert Camus en “El mito de Sísifo, 1942”
propone el concepto de “minar” relacionado con el pensamiento y el suicidio y
es aplicable a lo complicado de atravesar ese campo minado cuando una relación
romántica termina y todavía se está enamorado, porque uno se encuentra no en el
comienzo del campo donde todavía existe la opción de retroceder o de caminar
hacia otro lado, sino que se está justo en medio de un campo minado de
canciones, lugares, libros, películas, situaciones, escenas que
indefectiblemente se tratan de esquivar para que no “explote” la angustia
producida por el recuerdo de ya no estar, de ya no ser. Nos convertimos en
fugitivos y la vida se sintetiza en una carrera existencial en zigzag entre
minas, negaciones y saltos de fe.
En
la actualidad, esta cronificación es alentada con la suspicacia de la serpiente
tentando a Eva por las redes sociales, haciendo que la permanencia del “otro”
esté a un clic del desasosiego de la curiosidad.
Siempre
nos quedará París…
El
problema se resume en: No se logró ritualizar la pérdida por lo tanto el proceso es interminable.
Convertirnos en proyecto como ideal para terminar el
duelo
¿Qué
es eso de convertirnos en proyecto? Tener la certeza que no somos el pasado
porque eso ya pasó ni el futuro porque todavía no lo vivimos, sino que somos
(lo plantea Sartre) un proyecto. El proceso de individuación que venimos
desarrollando no nos sirve porque produce angustia e irremediablemente hay que
realizar un cambio. El proyecto de vida no puede ser despertarse y dormirse
escuchando “Se me olvidó otra vez, 1974” de Juan Gabriel en versión de Natalia Jiménez,
por lo contrario, nosotros pasaremos a ser el proyecto de nuestra vida. El
cambio debe ser tan profundo y categórico que nos convierta en otra persona. Se
debe crear un mundo nuevo, sumergirnos y bucear hasta lo más profundo,
quedarnos sin oxígeno, sentir que los pulmones amenazan con desintegrarse y
recién ahí emerger para respirar aire y analizar donde estamos. Las
computadoras bien saben de eso, cuando funcionan realmente mal esperan ser
formateadas y comienzan de cero otra vez. Es urgente crear un mundo donde
aquella persona que nos abandonó ya no tenga existencia.
La
idea es cambiar y matar (simbólicamente) para poder ritualizar a quien ha
dejado de amarnos. Ha muerto (muerte nietzscheana), la persona que amamos ya no
existe, se quedó en el mundo del -Yo-del pasado. Si un hecho de sincronicidad
produce el encuentro a la salida de un cine, estar absolutamente convencidos de
que quien tenemos enfrente ya no es la persona que alguna vez amamos. No es una
serendepity de un universo complotativo ni siquiera una fatalidad. Aquella
persona que amamos ya no existe, la tenemos en una foto en el bolsillo de la
billetera, en el estante de la biblioteca tenemos el adorno que nos regaló una
primavera como recuerdo de que alguien alguna vez nos amó y nosotros también
amamos. Incluso esa persona que acabamos de cruzarnos nos cae mal, porque su
forma de hablar, sus gestos, su manera de vestir y de peinarse no tiene nada
que ver con lo que somos ahora, con lo que es nuestro proyecto de vida. Y ni
siquiera vale replantearse como es posible que nuestro Yo del pasado haya
estado enamorado de alguien tan diferente a lo que necesitamos para ser
felices, porque ese “Tú” murió y aquel “Yo” ya no existe. Ritualizar no es
olvidar, no es matarnos a nosotros también, por lo contrario, es aprender a
vivir con la pérdida, el mundo sigue adelante, nosotros también seguimos
adelante pero creando un mundo nuevo como se hace con las mudanzas (1).
Recordar lo bueno de esa relación es importante porque de no recordarlo
borraríamos parte de nuestra vida y eso significaría que no habríamos vivido
(ya lo experimentó Jim Carrey en “Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004”
de Michel Gondry y el resultado fue desastroso).
La
idea a razonar es la siguiente: hemos cambiado tanto que quiénes somos ahora
nunca amó ni fue amado por aquella persona por la cual sufrimos. Ya no tiene
ningún sentido sostener un sufrimiento por alguien que ya no es (el “Tú” íntegro
y el “Yo” del pasado).
En
esto de continuar viviendo, cambiar, proyectar, renovarse y evolucionar,
también desaparecen algunos amigos y compañeros (según teorías donde el duelo
amoroso dura una eternidad, hay que apoyarse en los amigos, yo digo que hay que
deshacerse de los amigos innecesarios y que tenían más que ver con el sujeto
abandónico que con nosotros, ya que tampoco podrían vivir en el nuevo mundo que
hemos creado y que de por sí traerá compañeros y amigos). Si los dos quedan
estancados en el mismo lugar haciendo lo mismo que antes, hay ínfimas
posibilidades de que vuelvan a ser pareja y que se reproduzca el mito del
eterno retorno volviendo a sufrir lo anteriormente sufrido (casos como
Elizabeth Taylor y Richard Burton que se casaron y divorciaron dos veces
(1964-1974 y 1975-1976)) y la razón es que siguieron siendo los mismos y
estando en los mismos lugares. El presente sin un acontecimiento es simplemente
una extensión del pasado.
Esto
de reinventarse no es cosa novedosa ni tampoco lo es que un hombre o una mujer
sean amados por varias personas en el transcurso de su vida y, sin embargo,
cada uno de esos amantes amen a alguien diferente y no me refiero al arquetipo
junguiano de la “máscara”, sino a que han ido cambiando tanto en su proceso de
individuación que cada vez que alguien los amó románticamente amó a una persona
diferente.
Caso
Laura E.
(Sobre la base de
la psicología breve estratégica)
Laura vive en una
ciudad pequeña y está predestinada a hacer lo mismo cada hora de cada día hasta
que en veinticinco años la jubilación la alcance. En Laura no hay margen para
cambios profundos ni para mudanzas y empezar otra vez no cambiaría nada si es a
dos calles de distancia. Relata que hace quince meses F. la dejó por otra
mujer, desde aquel instante no duerme bien y piensa en él todo el tiempo, tiene
ataques de llanto, dolor en el pecho, palpitaciones en diversas y aleatorias
partes del cuerpo, incluso cree tener alucinaciones con F., ya que imagina
verlo en los lugares más insólitos y a veces, frente a algunas situaciones a
resolver, se descubre entre diálogos imaginarios con él. Esta situación la
limita en el trabajo y en cualquier potencial relación (es una mujer de
llamativa y voluptuosa belleza que recibe continuas propuestas de hombres
invitándola a salir) pero vive haciendo slalom dentro de un campo minado. Es
muy difícil habitar un espacio, uno en general habita espacios sin habitarlos,
esto da como resultado que a medida que trascurre el tiempo cada vez sea más
difícil habitar las relaciones porque se habitan con representaciones previas y
las nuevas están en constante deliberación con las antiguas porque no se
corresponden con las representaciones que conforman nuestra estructura, Laura sistemáticamente
considera que ninguno de los nuevos pretendientes está a la altura de F. por lo
tanto jamás llega a la tercera cita con ninguno de ellos.
Entra a mi consulta
dispuesta a llegar a las últimas consecuencias con tal de cambiar y poder vivir
sin F.. En los últimos quince meses ha asistido a terapia con otros dos
psicólogos, pero al no sentir avances abandonó a las pocas sesiones. Indago
sobre las técnicas con las cuales han intentado solucionar el problema y que
obviamente no han dado resultado para no volver a cometer los mismos errores y
esencialmente para no perder tiempo, luego de relatarlas dice con gesto enjuto
“Necesito superarlo si o si”.
Hace un exhaustivo repaso de las obligaciones
y disfrutes diarios, hablar sobre eso ensanchaba su existencia y llegamos a la
conclusión que el horario de las 21 hs lo tenía disponible los siete días de la
semana, entonces, amparándome en su irrefrenable voluntad de cura, le prescribo
dos tareas complementarias y obligatorias.
La
primera de las tareas: cada día a las 21 hs exactas debe ubicarse en algún
lugar de su casa que le resulte tranquilo y relajante, encender el reproductor
de música en lo posible con canciones románticas repletas de clichés
depresores, debe programar la alarma del reloj (celular) para que suene a los
45 minutos y durante todo ese tiempo tiene que pensar en F. y nada más que en
F., puede sentarse, acostarse, pararse, caminar, saltar, puede llorar, gritar,
patalear, blasfemar, insultar, reírse, mirar fotos o videos de él y de ellos
juntos. Cuando hayan transcurrido los 45 minutos de la tarea y suene la alarma,
va al baño, se lava la cara y continúa haciendo su vida normal. Tarea: todos
los días a las 21 hs. pensar en F. durante 45 minutos recordando todo lo bueno,
todo lo malo y todo lo que ya no es ni será junto a él.
La segunda tarea, que como dije antes es
complementaria y además anticipatoria, fue la siguiente: en cualquier momento
del día en el que aparezca un pensamiento intrusivo que incluya a F. se lo
-niega manualmente- diciéndose a sí misma “esto lo voy a pensar entre las 21 y
las 21.45 hs”, como apoyatura en esta segunda tarea, debe llevar en la cartera
una pequeña libretita (se la doy) y en ella deberá anotar todos los pensamientos
pospuestos. Llegada la hora de la primera tarea, desplegará la libretita y será
el punto de partida de los 45 minutos siguientes.
Laura se retira de la
consulta sonriente y esperanzada comprendiendo perfectamente el sentido de las
tareas. Las semanas próximas volvería a verme para supervisar el progreso. Para
la sexta sesión ha logrado reestructurar su mente para que la idea fija “F.” se
moviera directamente al horario pautado, es decir, lo hacía automáticamente a
medida que escribía en la libretita, y casi todos los síntomas somáticos habían
desaparecido como por arte de terapia. Para la sesión once, Laura expresa que
ya no tiene pensamientos con F. durante el día y que se encuentra cansada de la
rutina puesto que ya no tiene mucho que pensar y que se queda esperando a que
suene la alarma porque no se le ocurre casi nada, intenta pero no puede
concentrarse en F. (la libretita que funciona como una extensión del terapeuta y
como se preveía se transformó con el transcurso de las semanas en un accesorio anti
ansiolítico en la cartera, estaba en blanco desde hacía varios días). La
felicito por el logro pero le digo que todavía queda trabajo por hacer aunque
reduzco el tiempo de la tarea a 30 minutos diarios. En la sesión catorce, la
tarea se reduce a 15 minutos y para la sesión diecisiete Laura ya no tenía
ganas ni de oír el nombre de F. y estaba saliendo con P. (un muchacho unos años
menor que había conocido en el gimnasio). Los síntomas somáticos habían
desaparecido por completo y en su discurso expresa literalmente que cuando se
levanta a la mañana comienza a sentirse mal sabiendo que a las 21 hs tiene que
pensar en F., que durante el día ya no se acuerda de él y que quiere utilizar
el tiempo de las 21 hs. para otra cosa, ya que le resulta complicado seguir
dándole excusas a su nuevo compañero de por qué nunca está disponible a esa
hora. Como testamento determinante de la cura acotó con una sonriente
complicidad, mientras que sin apuro marcaba en el pecho la señal de la cruz, que
los diálogos imaginarios con F. habían desaparecido.
La terapia se dio por
terminada porque la paradoja funcionó a la perfección. La cura fue el mismo
síntoma, tal cual es la cura para la mordida de la serpiente su mismo veneno.
Pintura ‘Without Even Looking’ de Nigel Van
Wieck
1) Boveri, Juan Sebastián, "Escritos sobre la trascendencia y las mudanzas"
https://sobrepsicologiaanalitica.blogspot.com/2021/12/escritos-sobre-la-trascendencia-y-las.html
El camino no elegido de Robert Frost (28.04.22)
Uno de los temas recurrentes
en mis sesiones son las elecciones, la irrefrenable ilusión de elegir como núcleo del Ser
libre. Los análisis siempre decantan en la postura de Sartre y todo el
existencialismo francés en tanto la imposibilidad de no elegir, puesto que no
elegir también es una forma de elegir (frente al monstruo se puede huir,
paralizarse o enfrentarlo, paralizarse y no hacer nada es una elección que se
hace con tanto miedo como el que huye o el que se arroja al cuello del monstruo)
y sobre la angustia existencial que va a decantar en el transcurso de la vida por
haber elegido A y no B o C. Curiosamente la angustia se produce por lo que no
se eligió, por lo que se dejó de lado. Generalmente en la crisis de la mediana
edad, el ser humano se va a replantear si la elección tomada fue la acertada y
que hubiese sido de su vida de haber elegido B, en cambio de A. El cine
norteamericano ha trabajado el tema desde 1946 con “Qué bello es vivir” de
Frank Capra y sistemáticamente, cada tanto, generalmente en las navidades, aparece
un ángel guardián que le da un pantallazo a algún protagonista angustiado y
desprevenido de como hubiese sido su vida de haber elegido el otro camino. ¡Qué simple sería la existencia con un Dios y su ejército de ángeles! En la vida
real no hay pantallazos de ángeles guardianes, pero si la brillantez de Frost
que aporta la solución perfecta para elegir el camino correcto.
De malestares, superhéroes y cambios de puntos de vista
Los momentos perfectos (ensayo de un ensayo)
Tengo
una sola edición de Tom Sawyer, el personaje literario por excelencia de mi infancia,
una de Oliver Twist, una de La cabaña del tío Tom, una de Moby Dick, una de Los
tres mosqueteros, en fin, una de cada uno de los libros que edificaron mi niñez,
sin embargo, tengo catorce ediciones diferentes de Huckleberry Finn y curiosamente
hasta ahora nunca me había resultado extraño.
Un
momento perfecto no puede ser buscado ni armado, aparece porque sí, porque
tiene ganas, porque simplemente un montón de sustantivos, adjetivo y verbos se
alinean y conspiran para que así sea. ¡Y cómo sobrevivir a eso! Mi amigo Pablo hace
demasiado tiempo venía sugiriéndome que mirara “Afer Life, 2019” la serie de Ricky
Gervais que al fin miré esta semana. Tony pasa sus días entre el alcohol, la
ira, el superpoder de la impunidad que le concede saberse muerto en vida y
mirar videos de momentos perfectos que vivió junto a Lisa. Transcurrieron tres
años desde la muerte de Lisa, Tony está mejor, incluso se convirtió en una especie de “Amelie, 2001” inglés, y aunque aprendió a vivir más allá de ella, decide
quedarse ahí. Ese es su tope, sabe con certeza que nada de lo que vendrá podrá
superar a su mujer riendo al ver un pancito con una cara dibujada. Algo que
Woody Allen ya había trabajado en la inolvidable escena de la langosta de
“Annie Hall, 1977”.
¿Por
qué olvidar un momento perfecto? A simple vista parecería un ejercicio psíquico, absurdamente ridículo. Pero como hemos podido analizar, este movimiento
funciona a la manera de un mecanismo defensivo para poder sobrellevar lo que
viene después, anulando la comparación con lo nuevo que nunca estaría a la
altura de aquel momento perfecto y de esa manera evitar la angustia provocada
por la decepción (esto se corrobora con los protagonistas del pancito con cara
y el de la langosta ante la necesidad de repetir aquel “momento perfecto”). Sin
embargo, incluso si el psiquismo ha permitido el olvido, el inconsciente
personal insiste e insiste y durante años intenta hacerme recordar (impulsándome
a comprar Huckleberry Finn una y otra vez) hasta que la consciencia acepta que
ya no puede hacerme daño recordarlo o simplemente reconoce que fue vencida por el
destino.
Que
sirva para su propio análisis…
La mala fe o el arte de mentirse a sí mismo
En
la batalla de Azincourt (1415) los arqueros a pie ingleses hicieron la
diferencia destruyendo a la infantería francesa gracias a sus arcos de 1.80 m.
que disparaban a una distancia de 365 metros, no es difícil imaginar que muchos
de los arqueros morían bajo la espada de la caballería antes de que la flecha
llegara a destino. Unas semanas atrás mi pequeña sobrina me preguntó que era el
sol y la conversación derivó en las estrellas en general y decantó en la
probabilidad de que muchas de las que nos hacen de escenografía ya no existan.
Es difícil dimensionar que ese haz de luz que vemos cada noche es el pasado de
la estrella que ha viajado miles de años para llegar a la tierra y que en ese
tiempo, como el arquero inglés, tal vez murió; sin embargo, nosotros la seguimos
viendo ahí colgada, impoluta como una imagen divina. Es extraño pensar que
noche tras noche estamos bajo un tapiz de probable mentira que ha sostenido la
angustia de la humanidad, orientándola y dándole estructura a sus religiones y a
su vida romántica.
Cuando
se miente se enuncia un hecho que no sucedió. Uno sabe con certeza absoluta que
lo dicho no existe, pero lo afirma para un otro.
En la mentira siempre hay una duplicidad, incluso una complicidad inconsciente dentro
de la cual uno engaña y el otro es engañado. Por ejemplo, un estudiante reprueba
una materia y le dice a su padre que había estudiado, pero que el profesor lo
odia y por eso lo reprobó cuando en realidad sabe que no había estudiado. Sin
embargo, en “la mala fe”, concepto acuñado y desarrollado por Jean Paul Sartre
esa duplicidad se da en la misma persona. Con “la mala fe” se afirma algo
creyendo que es así, aunque no lo es. Dentro de la persona están dadas todas las
condiciones para salir del engaño, pero decide descansar ahí. El sujeto prefiere
no enterarse de la verdad, se la evita aunque se la tenga frente a frente y el
análisis confirma que esa evitación se produce a manera de un mecanismo
defensivo del psiquismo ante lo inminente de la angustia. Siguiendo el ejemplo
del estudiante que va a rendir, en esta oportunidad leyó todo, pero no comprendió
varios temas y al ser reprobado considera que el profesor lo odia, pero esta vez
lo cree sinceramente porque está seguro de que su examen era perfecto. Además,
de aceptar y comprender que se sostiene un autoengaño, estaríamos hablando de
cinismo. Sartre, a la cabeza de todo el existencialismo francés, plantea que no
somos lo que hemos vivido, porque eso ya pasó, ni tampoco somos lo que viviremos, porque no
podemos ser algo que desconocemos si será, sino que somos “un proyecto”, el
proyecto de vida en el que nos embarcamos. La mala fe está intrínsecamente relacionada
con la fatalidad de ese proyecto porque nos convencemos de que la razón de nuestras
pérdidas, de nuestros fracasos y de la
inercia en que vivimos es causada por
otros. La culpa es: de Dios, del destino, de una ex pareja, del vecino que
arroja la basura a deshora, del clima, del político, de los que no trabajan, de
los que trabajan, de los asesinos, de los ladrones, de los pozos de la calle,
del tiempo que no alcanza, de los virus, del amor, de los hijos, de los padres,
de Oliverio Girondo, de cualquiera. El proyecto es de uno mismo, uno siempre tiene
la posibilidad de la libertad, de tomar una decisión de la que seremos por
enteros responsables. Se es libertad en potencia. Al fin y al cabo eso somos,
un proyecto de libertad, el haz de luz de alguna estrella, una flecha silbando en
el aire. El resto es simplemente mala fe.
Escritos sobre la trascendencia y las mudanzas
Epitome de su método, de mi método de trabajo
Una y otra vez me consultan sobre mi método de trabajo, Calvin S. Hall y V. J. Nordby (1) escriben esta página que es una síntesis perfecta de lo que hago en mi trabajo con los pacientes, incluso utilizo el método de la "amplificación" cuando una consulta urgente me lleva a considerar que la terapia junguiana no es la más apropiada y si lo es la teoría sistémica directiva centrada en la solución. ¿Por qué? Porque es la única manera en que puedo analizar e interpretar lo que sucede con los símbolos que surgen del discurso del paciente y de esa manera poder dar una devolución desde diferentes puntos de vista que le sirvan para comprender lo que les está sucediendo. Obviamente que lo que se ofrece es el producto terminado y no el proceso que aburriría a la mayoría. Al método original le hice pequeñas modificaciones para adaptarlo a mi propia personalidad. Suelo proponer tareas, leer un cuento, una poesía, escuchar una canción, observar una pintura o una escultura que están directamente relacionadas con ese análisis que voy haciendo. Algo que he aprendido, derrumbando mis propios prejuicios, es que se puede dar a leer un cuento de Raymond Carver a un paciente que trabaja en un aserradero y que ni siquiera ha visto un libro de soslayo en la vidriera de una librería. Probablemente, la transferencia inmediata sea producida por los libros que embadurnan la sala de espera, pasillos y consultorio más que por mi presencia en sí.. Todavía no tengo una respuesta frente a esto, pero la actitud del paciente es de disposición absoluta a escuchar hablar sobre las batallas de Napoleón, sobre una pintura de Tom Wesselmann, el cine de Truffaut o literatura rusa del siglo XIX, simplemente siguen viniendo a terapia sin faltar jamás y realmente mejoran de manera drástica, incluso muchas veces ante mi asombro. Con este método de trabajo logran comprenderse mirándose en un espejo arquetípico y como en "Rashomón, 1950" de Kurosawa analizarse logrando ver el símbolo desde muchos otros puntos de vista.
(1) Página extraída de "Fundamentos de la psicología de Jung". (1978) Editorial Psique, Buenos Aires, Argentina
Breve desarrollo de la envidia y los celos ¿puede el futuro determinar el presente?
Los
celos y la envidia son dos sentimientos con estructuras diferentes que tienen en
su raíz un complejo de inferioridad como base de las vías de formación de sus síntomas.
Ambos se refieren a problemáticas en las relaciones personales, pero mientras
que la envidia es un fenómeno de dos, los celos se dan de a tres.
Un sujeto envidia lo que tiene el otro, lo que
representa el otro, lo que él cree que merecería tener y, sin embargo, no tiene y
por supuesto si tiene el otro, porque de aceptar que el otro merece lo que posee
no sería envidia sino admiración. En contraposición, los celos son el miedo a
perder algo que se tiene en manos de un tercero. Ese tercero es una amenaza a la
felicidad que se ha conseguido. Como se puede observar, la estructura de la
envidia es opuesta a la de los celos, en el primero no se tiene y en segundo se
tiene.
La
envidia no necesariamente es constitutiva de la sombra, es decir, no tiene
por qué ser algo reprochable, puede ser motor de superación si se trasforma en
sana competencia. Por ejemplo, el estudiante que al ver a su compañero recibir excelentes
calificaciones en los exámenes se esfuerza estudiando para poder estar a su
mismo nivel o incluso superarlo. Sin embargo, el cristianismo primitivo, de la
mano de Cipriano de Cartago (200-258 D.C), se encargó de defenestrarla, haciéndola ocupar un lugar entre los pecados capitales (por ese entonces eran
ocho y no siete), señalando que son capitales no por su inmensidad, sino por ser
el germen de todos los vicios. Su símbolo en todas las obras artísticas, desde
el Medioevo en adelante fue lógicamente la serpiente (Eva envidia a Dios por su
poder y desobedece la única prohibición establecida comiendo el fruto del árbol
de la sabiduría incitada por el primer envidioso, el Diablo, en esta ocasión
metamorfoseado en serpiente). A los pecados capitales se lo rastrea ya en la
mitología y filosofía griega, especialmente la “Ética a Nicómaco” de
Aristóteles y luego, en la “Philokalia” (S. IV D.C) obra magna recopilatorio de
todo misticismo antes conocido, se denomina “Lupé” a la tristeza por el
abatimiento del alma a causa de la buena fortuna del otro. El complejo de
inferioridad en la envidia decanta por su propia estructura. La comparación es
la brújula del ser humano e inevitablemente un psiquismo débil es propenso a elaborar
complejos de inferioridad frente a este mecanismo psíquico, espontáneo e
inconsciente. Sabemos que alguien es alto porque conocemos lo bajo, sabemos que
algo está lejos, porque conocemos lo cercano, que algo es rico porque conocemos
lo que no lo es, sabemos de lo bello por lo feo, de lo bueno por lo malo, de Dios
y del Diablo. Los opuestos se definen por su complementario. Comparar es algo
automático en el funcionar del psiquismo humano y es la vía de formación de los
síntomas de la envidia y de los celos, creando complejos de inferioridad.
Los
celos tienen una estructura laberíntica (no me refiero a una paranoia
celotípica al estilo del personaje de la película “Él, 1953” de Luis Buñuel sino
a los celos no patológicos). En la envidia el malestar existencial lo siente el
envidioso, el otro puede nunca enterarse del sentimiento que provoca, sin
embargo, en los celos ese malestar lo sienten dos, aunque de maneras muy distintas.
Uno siente angustia porque está convencido que va a ser engañado en cualquier
momento y el otro porque recaen las sospechas sobre él (sospechas infundadas
por supuesto porque de ser ciertas el problema de esa pareja sería otro y no
los celos del celoso). El sujeto se convence a sí mismo que un tercero es mejor
que él y, por lo tanto, su objeto de amor lo abandonará o engañará con ese tercero
(producto de la comparación). A diferencia de la envidia, donde el complejo es
estático y dirigido hacia un “otro” en particular, en los celos el complejo de
inferioridad tiene un núcleo que atrae todo tipo de asociaciones que no hacen
más que sustentar y ensanchar ese complejo. “Soy bajo, claro, como no le va a
gustar él sí es muy alto, es mucho mejor que yo”, “No tengo dinero, claro como
no le va a atraer él si tiene una casa extraordinaria, un auto último modelo y
el mejor traje con que uno pueda vestir”, “Claro como no le va a gustar mi jefe,
es quien me manda a mí, tiene mucho más poder que yo… con él estaría mejor que
conmigo” “Ella tiene un cuerpo increíble como no la va a mirar así…seguro me va
a engañar con ella”, etc. Este mecanismo, que ahora si es definitivamente consciente,
encapsula la relación de pareja de tal manera que todo lo cambia. La desgasta
hasta pulirla. Lo curioso es que los celos son el principio de una
concatenación de fenómenos que van a suceder y denigraran a la pareja hasta un
final anunciado. El celado, inevitablemente, perderá la inocencia (si alguna vez
la tuvo) y comenzará a escudarse en “mentiras piadosas” para calmar la angustia
del celoso que tarde o temprano decantaran en engaño o traición en un fenómeno que
desarrolló Paul Watzlawick (1921-2007), la profecía autocumplida.
¿Puede el futuro determinar el
presente?
La
linealidad del pensamiento “causal” sentencia que A es causa de B. A sería el
presente y B el futuro, por lo tanto, B nunca podría tener efectos sobre A. Watzlawick, sin embargo, plantea que no es siempre
así y que algo futuro puede producir efectos devastadores sobre el presente y
determinarlo. Pone como ejemplo el año 1979, donde un periódico de California
tituló en su primera página anunciando una posible falta de gasolina en el
estado. Al leer esto, los automovilistas atestaron las gasolineras y acabaron
con todo el combustible en un día, produciendo justamente una “profecía
autocumplida”. ¿Se hubiese acabado el combustible en California si los
automovilistas no acudían en masa a cargar sus tanques?. El pensamiento causal
falla. Este tipo de “profecía autocumplida” establece las condiciones para que
se dé el suceso esperado y en este sentido crea precisamente una realidad que
no se habría dado sin aquel. Un ejemplo que me gusta citar es la escena de “Matrix,
1999” donde la Pitonisa le dice a Neo que tenga cuidado con el jarrón. Sobresaltado
con la advertencia y en un instintivo movimiento corpóreo empuja el jarrón derribándolo
haciéndose añicos contra el suelo. ¿De no haberle advertido la Pitonisa se
hubiese roto el jarrón?. Los celos son profecías autocumplidas por varias
vertientes analizables 1) porque si se señala constante e insistentemente algo,
al otro le va a llamar la atención, el ser humano siente una atracción
irrefrenable por lo prohibido sin sentido, es necesario tener siempre presente la
desobediencia de Eva porque esta es justamente una de las funciones de los
mitos, ser guías de conducta en el camino del héroe 2) porque los celos
destruyen la confianza, no del que cela sino del otro que siente que no se
confía en él, en un principio intentará por todos los medios sostener esa
confianza, pero el tedio acabará con esos intentos e indefectiblemente con la
relación amorosa probablemente haciendo realidad aquello de lo que era acusado.
Tanto
la envidia no sana como los celos tienen en su raíz un complejo de inferioridad
con sus respectivos efectos colaterales, la baja autoestima y la inseguridad. La
admiración que es la contracara de la envidia, si es excesiva y dirigida hacia
alguien cercano de la pareja, podría presuponer las mismas consecuencias de “profecía
autocumplida” que los celos funcionando a la manera del trabajo de la fobia/contrafobia,
es decir, en cambio, de paralizarse frente al objeto, se lo ataca, pero este
tema merece un mayor análisis en otro trabajo.
Como
conclusión y trabajo en sesión es importante señalar un cliché “la confianza es
la base de toda relación”, el poder apoyarse en el otro, estar juntos a pesar
de los malos tiempos y estar juntos a pesar de los buenos tiempos. "Amar significa no tener que decir nunca lo siento" (Love Story, 1970) es decir, nunca hacer algo que
dañe a la persona amada y tener la urgencia de disculparse. No importa si el
daño es consciente o inconsciente, si uno piensa en cómo reaccionará el otro
con la propia acción, no hay culpa para el inconsciente. Es necesario confiar y
estar seguro de que se es suficiente y si a pesar de eso igualmente se es
traicionado (es una de las probabilidades) ese no era el lugar donde se debía
estar.
Andar
la vida convencido en ser peor que otros se me antoja vergonzoso, pero no se
preocupen, se trabaja en terapia y se supera, como casi todo.
Apuntes sobre la neurosis en la psicología junguiana (sobre la neurosis de la Zorra)
A propósito de “La decalcomanie, 1966” de René Magritte
Me preguntaron qué miro
cuando veo “La decalcomanie, 1966” de René Magritte
Entonces
abrí un libro de Magritte en la página de la pintura, lo apoyé sobre la mesita
frente al sillón, le di un vistazo ligero y fui a prepararme un té considerando
erradicar todo análisis sobre la replicación del ser y la privacidad, temas propios
de las obsesiones de Magritte y puntos recurrentes en la interpretación de sus
obras.
¿Por
qué un hombre escaparía apresurado de una cortina para seguir mirando lo que
estaba mirando solo que un paso hacia la izquierda?. En una primera visión más
que superficial, uno consideraría que comenzó a desprenderse de la cortina desde
la izquierda con el tiempo suficiente como para llegar a escaparse, respetando
un plan pautado, pero evidentemente un acontecimiento imprevisto lo hizo apresurarse
y en ese ímpetu violento que obliga la huida termino por arrancarse un trozo vertical
de tela del saco (el que se ve a la derecha de la silueta que dejó como prueba
irrefutable de su fuga de la cortina).
¿Esa
desvinculación de la totalidad que le otorga la cortina lo lleva a situarse
exactamente en el ángulo que lo completa? ¿O es azar o es destino?
Vuelvo
con el té, me siento, me pongo los lentes e insisto en observar ahora
detenidamente ese trozo de tela y se me ocurre que todo el análisis anterior era
definitivamente erróneo.
¿Cuándo
uno se aleja de un lugar, deja un tozo de sí mismo o se lleva un trozo del lugar
o ambas posibilidades? Lo cierto es que el trozo que queda en la silueta no
coincide con la caída ni con los pliegues de la cortina. No pudo habérselo arrancado
en esa primera huida. Ese trozo pertenece al sector izquierdo, es decir, donde
está parado ahora. Por lo tanto, se puede inferir que el hombre va y viene de la
cortina a su antojo.
El
razonamiento correcto sería el siguiente (el mío, por supuesto):
1) El
hombre salió de la cortina perfectamente. (No bajó porque estaba abajo. Imagino
que la cortina debe ser sucia considerando que el hombre estando en la cortina
tiene la misma altura que fuera de ella, esto quiere decir que la tela toca el
suelo).
2) Dio
un paso hacia la izquierda y continuó mirando ¿la playa, el mar y el horizonte?, tal cual lo estaba haciendo dentro de la cortina o siendo ella.
3) Quiso
volver al lugar anterior (a su lugar) dentro de la cortina, pero quedó atrapado
(pegado) por ese trozo de la izquierda que le impedía moverse. (Puede ser que haya
escuchado ruidos de alguien intentando entrar en la habitación y “los hombres
cortinas” probablemente tengan el mismo “poder” que los juguetes del “Soldadito
de plomo, 1838” de Andersen o de “Toy Story, 1995” de John Lasseter, es decir,
solo pueden tener vida si no los está viendo un humano)
4) Apurado
por no ser visto, pegó un tirón y logró zafar arrancando el famoso trozo.
5) Volvió
a meterse en la cortina ocupando exactamente su lugar.
6) Cuando estuvo seguro de su soledad volvió a escaparse de la cortina, pero esta vez dejando el trozo de tela arrancado pegado en el lado derecho de la silueta donde logró inmortalizarlo Magritte. Y cosa extraña, oscilando en ese eterno retorno, el hombre con bombín otra vez volvió a ubicarse en el exacto lugar cubriendo el trozo de cortina faltante.
¿Y qué mira en realidad
el hombre de la cortina?
Nada. Por eso da lo
mismo estar dentro que fuera de la cortina. Lo único que destruye la ilusión
del velo de Maya (la cortina) es traspasarla, ir más allá (paso hacia adelante),
de lo contrario es una simple “Calcomanía” como tituló la obra Magritte. Nietzsche
en “El origen de la tragedia, 1872” asegura que lo único que puede disolver la
ilusión de la realidad es justamente traspasar el velo de Maya y la forma de hacerlo
es a través del arte. Solo el arte permite romper la ilusión de existir en la realidad.
En ”La lunette d'approche, 1963” Magritte pinta esa ilusión (percepción o interpretación errónea de un estímulo externo real) que enmarca lo que uno cree ver y lo que en realidad es. Los vidrios de una ventana batiente aparentan traslucir un hermoso cielo nuboso; sin embargo, una pequeña abertura entre las hojas deja ver la negra y vacía realidad de la nada misma.
En su más famosa pintura “La traición de las imágenes, 1928”, Magritte lo explica sin tantas concesiones. Observamos en el cuadro el dibujo de una pipa y debajo, escrito a mano, con una escritura regular, aplicada, artificial (dice Foucault, 1973), la siguiente mención: «Ceci n'est pas une pipe» (Esto no es una pipa). Claro que no es una pipa, es simplemente el dibujo de una pipa. Esa pipa dibujada no se puede rellenar con tabaco y mucho menos fumarla, por lo tanto, no es una pipa, es una simple ilusión rota por el desparpajo del arte. Así de pobre es la vida de los hombres, van mirando a otros hombres creyendo que son hombres, pero solo imágenes vacías que creen conocer, son como la pipa dibujada. Las imágenes traicionan, asegura Magritte.
Schopenhauer
en “El mundo como voluntad y representación, 1819” sostiene que la inteligencia
de las personas está condicionada por el velo de Maya. Dice que el hombre tiene
que aceptar el sufrimiento de vivir y la única manera de hacerlo es perforar el
velo de Maya para poder ver la realidad tal cual es, pero para eso se necesita
voluntad. Sartre habla de “mala fe”. En la “mala fe” se afirma algo estando
absolutamente convencido de que es así, aunque no lo sea. Cuando uno hace uso
de la “mala fe” la duplicación se da en el mismo sujeto. Engañado y engañador
sobreviven en la misma consciencia. En la propia existencia están dadas las
condiciones para salir del engaño si se quisiera, pero el sujeto no se quiere
enterar de la verdad, se produce un autoengaño porque de darse cuenta del
engaño sería cinismo (defensa de una mentira descarada sabiendo que lo es) y no
“mala fe”. Sartre sostiene que los sujetos saben que pueden tener elecciones,
podrían elegir saber, pero lo rechazan. Según “Matrix, 1999” podríamos
aceptar el mal sabor de la mala comida conociendo la realidad o aceptar la
mentira de que la comida inexistente es sabrosa. ¿Ser feliz dentro de una
mentira o conocer la verdad? ¿Corazón que no ve no siente?
La
respuesta me la dio el final de “La isla siniestra, 2010” de Martin Scorsese:
Laeddis da una
última pitada al cigarrillo, mira al Dr. Sheehan y dice"¿Qué sería peor? ¿Vivir
como un monstruo, o morir como un hombre bueno?” y se encamina, manso, hacia
los enfermeros que lo llevarán a hacerle una lobotomía.